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estereotip

José Antonio M. Moreno, profesor de Psicología y Pedagogía

Quizás algunos lo tengan ya por trasnochado. Pero nos consta que no todos hemos sabido o querido adaptarnos a los nuevos tiempos. Hablar a estas alturas de la igualdad entre hombres y mujeres, del reparto de tareas domésticas y de la no discriminación por razón del género, aún puede resultar un ejercicio incómodo para muchos. Nuestra sociedad ha avanzado un gran trecho en lo que a igualdad de derechos se refiere. La vida transcurría en una sucesión de etapas en las que hombres y mujeres, desde niños, eran diferentes en sus juegos y ocupaciones. Las cosas eran así por algún misterioso designio que ni hombres ni mujeres alcanzaban a entender pero, tampoco, nadie cuestionaba.

Desde muchas instancias, en las modernas sociedades occidentales, se ha abierto paso la protesta y la exigencia de una consonancia, por otra parte natural e indiscutible, entre los derechos y responsabilidades de hombres y mujeres. Ya no son tantos los que discuten y reclaman que la pertenencia a uno u otro género determina las posibilidades de desarrollo personal y su papel social.

Pero ¿cómo pensamos y sentimos los adventistas? Algunos reclaman mayor consonancia con la nueva realidad social. Otros suspiran y añoran tiempos pasados en los que la separación de roles y funciones estaba bien definida.

Nadie se extraña de que Abraham y sus invitados conversen tranquilamente en una calurosa tarde palestina, a la sombra de una higuera, mientras Sara, sofocada por el fuego, se afana en la preparación de una reconfortante comida para los hombres. Tampoco se discute que la madre de Pedro, una vez aliviada de su fiebre, se dedique a atender a los hombres presentes en su casa. Ni que Marta se angustie en sus deseos de agasajar a Jesús, su invitado. Pero esas tareas, asumidas siempre por la mujer desde el origen de los tiempos, pueden y deben ser compartidas con los hombres. Igualmente, ninguna marca genética identificativa obliga a los hombres a colgar cuadros, cargar como un burro las bolsas de la compra o conducir el coche.

Y podría tratarse, tan sólo, de un reparto de tareas domésticas si la mujer, como el hombre, disfrutara del periódico los domingos por la mañana o paseara felizmente con sus hijos o tuviera la oportunidad de tomarse un refresco o un aperitivo a la hora en la que alguien prepara la comida en casa para tenerla a punto cuando regrese.

Los seres humanos, hombres y mujeres, estamos diseñados para el entendimiento y el trabajo compartido. No se trata de que hagamos todo conjuntamente, sino de no prefijar las funciones y, sobre todo, distribuir nuestro tiempo y obligaciones de forma equitativa.

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