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Belén Dieste Burguete, Terapeuta Familiar

Se nos ha enseñado de todo menos a vivir. No sabemos cómo compaginar el equilibrio, la paz y la felicidad con nuestro actual estilo de vida, marcado por el estrés, el cansancio y la negatividad. Nuestra sociedad desnaturalizada nos impide disfrutar de las experiencias vitales que proporcionan felicidad. Debemos encontrar un equilibrio entre lo que hacemos para los demás, para nuestros hijos y lo que hacemos para nosotros mismos.

No hace mucho tiempo que me he dado cuenta de que era necesario hacer un alto en mi camino: el tren en el que me había subido estaba yendo demasiado rápido; el ajetreo en el que me había sumido no era bueno para mi salud y mi cuerpo se estaba quejando. Así que decidí tomarme en serio sus señales y entendí su mensaje: necesitaba quietud, reposo, descanso; le había sometido a un sobreesfuerzo, no lo había escuchado, no había tomado contacto con él. “Amo la tranquilidad más que ninguna otra cosa en el mundo. Percibo en las quietudes de las cosas un canto inmenso y mudo”. Coincido con las bellas palabras de Neruda, es en la quietud donde encontramos sosiego para nuestras almas, donde podemos conectar con lo grande, con Dios y, desde allí, con nosotros mismos y con los demás.

Uno de los aspectos que más me preocupa de nuestro actual estilo de vida es justo el polo opuesto al canto del poeta, el estrés en el que vivimos. Escuchamos la palabra estrés casi a diario, nos hemos acostumbrado a su sonido y lo peor es que nos hemos acostumbrado a vivirlo como si fuera algo natural, como si un humo imperceptible hubiera penetrado poco a poco en nuestra casa, en nuestra familia y con el tiempo hubiera nublado nuestra visión e intoxicando nuestros sentidos, acostumbrándonos a respirar a medio pulmón, y a ver todo descolorido: nuestra vida, nuestros hijos y nuestras relaciones. Los expertos están diciendo que la crisis financiera en la que estamos inmersos es un reflejo de la crisis de conciencia y de valores que padece la humanidad. Añaden que el malestar psicológico de la sociedad es un indicador de que algo está fallando en nuestra manera de crear y gestionar nuestra existencia. A lo largo de nuestro proceso de educación se nos ha enseñado de todo menos a vivir. Así entramos en la edad adulta sin saber cómo compaginar el equilibrio, la paz y la felicidad, con nuestro actual estilo de vida, marcado por el estrés, el cansancio y la negatividad.

Si los adultos nos encontramos con serios desafíos para no alienarnos con todas las demandas que la sociedad nos impone, para quienes somos padres la tarea es titánica: sobrevivir y sostenerse en un vertiginoso ritmo de vida, al mismo tiempo que formamos y damos sostén a nuestros vástagos. Como en los difíciles juegos de los equilibristas de circo en la cuerda floja, además de mirar y estar atentos para no caernos, hay que redoblar la concentración y el esfuerzo al llevar en brazos a uno más pequeño. A mí me da vértigo, y así siento a las familias en su diario vivir, tratando de hacer difíciles y arriesgados equilibrios para sobrevivir, conjugando todo su arte, talento y esfuerzo para no morir en el intento. De ellas, además de sus miedos e inseguridades, también aprendo su coraje, su valentía y algunas prácticas que les ayudan a pasar al otro lado de la cuerda un día más. Según la sabiduría que percibo en ellas y el resultado satisfactorio en sus rostros, llego a la conclusión de que todas ellas comparten un secreto al alcance de todos: se preocupan y se ocupan de mantener un contacto pleno, verdadero y sin prisas con ellos mismos y los suyos. Aunque no lo hagan tanto como a ellos le gustaría, el momento del encuentro y del contacto es sagrado, especial, único. Este camino lleva al bienestar de todos. Desde luego no es una tarea fácil, necesitamos estar alerta, atentos para ver las señales que nos distraen y confunden, pues la voracidad de esta sociedad desnaturalizada se interpone entre nuestra personalidad y nuestra paternidad, impidiéndonos mantener el equilibrio necesario. Vamos a ver cómo podemos entrenarnos.

Veamos algunas ideas acerca del contacto con nosotros mismos. El ejercicio de ser padre y madre nos deja muy poco tiempo para dedicarlo a nosotros mismos como personas. Sin embargo, mantener el contacto con uno mismo es vital para no perder nuestra meta, para no distanciarnos de nuestros valores, para poder desarrollarnos y crecer. Si no crecemos nosotros, pobre ejemplo estamos dando a nuestros hijos. Tener un espacio para escucharnos a nosotros mismos es una buena práctica que nos ayuda a centrarnos y no funcionar como máquinas presas de la fría inercia. Reservar un tiempo en el día en que podamos chequear nuestras acciones, nuestras necesidades, nuestros temores y angustias y darles expresión y salida contribuye a desatascarnos y empezar el día siguiente sin la carga del anterior. Algunas preguntas para reflexionar sobre nuestro nivel de contacto con nosotros mismos podrían ser las siguientes: ¿Qué grado de atención pongo a mis necesidades? ¿Qué nivel de mirada interior tengo? ¿Cuáles son exactamente mis necesidades afectivas, sociales, personales, de realización personal…? ¿Me percato de mis sensaciones físicas y emocionales, de mis sentimientos y les hago caso, y los expreso sanamente? ¿Qué deseos tengo, qué quiero? ¿Tengo claras cuáles son mis capacidades y mis límites? ¿Los respeto? ¿Puedo darme lo que necesito? ¿Sé pedir a quien me lo puede dar?

Al ir contestando a estas preguntas iremos entrando en contacto con nosotros mismos y podremos dar respuesta a aquello que nos inquieta. Muchas veces el estrés hace que nos separemos y nos desconectemos de nuestro ser, acumulando enfado, aburrimiento y desidia. Es verdad que no se puede cambiar de la noche a la mañana, que tenemos compromisos ineludibles; sin embargo, un pequeño cambio es posible, y podemos estar más comprometidos con nosotros mismos. Debemos encontrar un equilibrio entre lo que hacemos para los demás, para nuestros hijos y lo que hacemos para nosotros mismos. Encontrar momentos para realizar actividades placenteras, nutrirnos de la gente que nos aporta, encontrar caminos para la desintoxicación de lo superfluo y dañino con lo que convivimos y darnos permiso para decir “necesito descansar, ahora no puedo” es un bien para nosotros y para nuestros hijos. La fórmula es sencilla, si yo no tengo, no puedo dar.

En segundo lugar, hemos dicho que mantener contacto real con los otros, con nuestros hijos nos va ayudar a pasar el día y sus desafíos con mayor bienestar. Hay una serie de actitudes que nos ayudan para este fin:

Mantener una mirada atenta y valorativa. El amor ayuda a crecer y a dar la confianza suficiente para que nuestro hijo se pueda desplegar como es, minimizando los riesgos de no ser aceptado. Esto es importante porque cuando nuestro hijo se encuentre con nuestra mirada valorativa, ésta le va a dar seguridad en sí mismo, y él se va a dar valor a sí mismo, sin estar pendiente de la mirada valorativa de los otros. La mirada de reconocimiento ayuda a tejer una relación de confianza y seguridad en el pequeño que será necesaria en los difíciles tramos del camino. Sé que esto no siempre es fácil, ya que tendemos a criticar y rechazar conductas inadecuadas de nuestros hijos. Esto nos lleva a una lucha, porque en muchas ocasiones piensan que a quien se critica y rechaza es a ellos. Hemos de revisar cómo decimos las cosas y mantener una actitud de reconocimiento y valoración por lo que son; es una importante manera de mantener el contacto y disfrutar del descubrimiento y conocimiento de nuestros hijos como seres únicos con sus propias características que les hacen especiales, como a cualquier ser humano.

Estar presente es otra actitud importante para mantener el contacto con nuestros hijos. Llegamos a la presencia a través de lo que nuestra atención capta de otra gente y del mundo exterior; tanto lo que nos fascina como lo que no. Estar presente más allá de lo que me está diciendo, aunque no me guste o no esté de acuerdo. En muchas ocasiones la simple presencia del otro es lo que nos da calma y cobijo en nuestro malestar, lo que nos da la oportunidad de escucharnos y expresar nuestros deseos, miedos, heridas y desconsuelos. Al padre centrado únicamente en el buen y mal comportamiento se le puede olvidar entrenarse en esta actitud de estar presente, tan necesaria para que el proceso de confianza y contacto se pueda dar.

Facilitar la expresión. Expresión significa sacar lo que hay dentro; moverlo hacia afuera de mí para que pueda empezar a contactar con otros. Solo cuando saco mi mundo interior hasta la superficie de mis ojos, oídos y manos puedo trabar verdadero contacto contigo. Cuando los padres facilitan la expresión de sus hijos, les están ayudando a conocerse mejor ellos mismos, a escucharse, a analizar sus ideas y argumentos, a dar salida a emociones estancadas que hacen daño, y buscar caminos para una sana canalización. Claro que para hacer esto primero hemos tenido que pasar tiempo con nosotros mismos y conocer bien el camino y los laberintos de nuestras propias emociones y hemos de tener conciencia de las salidas saludables en su expresión y haberlas practicado. El camino de crecer como padres es paralelo a nuestro crecimiento como personas. Nuestros hijos son nuestros maestros, y ellos nos enseñan y nos obligan a ser coherentes.

Para terminar, como actitud vital, la capacidad de transmitir e inspirar un sentido del disfrute y de positividad en la vida es una de las más divertidas y eficaces maneras de estar en contacto con los nuestros. Se habla de la capacidad y plasticidad de algunas neuronas de nuestro cerebro, las neuronas espejo, descubiertas recientemente, para captar y copiar las emociones y vibraciones del otro que está enfrente. Así que nuestra actitud positiva y esperanzadora en cualquier situación vital ayuda a nuestros hijos de manera contagiosa. Mantener contacto con ellos desde el disfrute, desde los juegos, desde la risa, nos ayuda a mantenernos vivos, y a segregar sustancias en nuestro organismo que nos proporcionan bienestar y alegría y nos ayudan a combatir el estrés que tanto nosotros como ellos sufrimos día a día.

Empiezo y acabo con Neruda. Yo no sé si en los tiempos del poeta, el estrés estaba tan generalizado como hoy en día, pero dijo algo bello y grande: “Evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mejor que el simple hecho de respirar. Solamente la ardiente paciencia hará que conquistemos una espléndida felicidad”. Mi deseo es que busquemos practicar la paciencia, que no es otra cosa que la ciencia de la paz, estando en contacto con su Fuente, fluyendo en ella y desde allí manteniendo el contacto pleno y feliz con los nuestros, que es lo verdaderamente valioso que tenemos en esta vida.

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