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adolescente
Mª Angeles Jiménez Millán, Psicóloga

La adolescencia es mucho más que una etapa de cambios y conflictos; se trata, sobre todo, de una oportunidad de crecimiento posible sólo a través de una adaptación y reajuste progresivos entre la sociedad, la familia y el propio adolescente.

Acercarse a la adolescencia significa adentrarse en una de las etapas más importantes en la vida de cualquier persona. Las vivencias de este período constituyen el punto de partida para lo que seremos en nuestra vida adulta. Sin embargo, la adolescencia no debe ser concebida como una edad desconectada de todo lo demás. Es, por el contrario, una etapa más en el recorrido vital que surge de las vivencias y relaciones mantenidas durante toda la infancia y continúa y se dirige hacia la vida adulta.

Si nos detenemos a pensar en la adolescencia, es fácil concebirla como un puente entre dos mundos claramente distintos: el mundo de la infancia y el del ser adulto. Es, pues, una edad de transición, de transformación, de exploración y descubrimiento, de construcción de la propia identidad e independencia personal del adolescente.

Se trata de una edad de profundos cambios. El adolescente vive cambios que ocurren en su interior, en su cuerpo y en su mente, pero también cambios que ocurren en su exterior. El medio social que le rodea empieza a verle y considerarle como alguien con opinión, responsabilidad, identidad, capacidad de tomar decisiones, etc. Ello supone que ha de darse una adaptación progresiva, tanto del adolescente a su contexto, como de su contexto a él mismo. En nuestro caso, como padres, los cambios que vamos viendo en nuestro hijo implican que se modifica también nuestra visión y nuestra manera de interaccionar con él. El crecimiento del adolescente será más positivo y adecuado en la medida en que se vayan dando entre él y nosotros una adaptación y reajuste progresivos.

Nuestros hijos han ido creciendo a la vez que nosotros y resulta evidente que hemos recorrido juntos un importante camino educativo. No nos levantamos un día y exclamamos: “¡Horror! Mi hijo es un desconocido”. Al llegar a esta etapa, podemos contar con una importante labor previa, así como con un vínculo afectivo desarrollado durante años de convivencia. Sin embargo, para nuestra tranquilidad, es indudable que estos cambios no ocurren de un día para otro.
Debemos tener en cuenta que, como padres, hemos de ser conscientes de que la adolescencia es un proceso de preparación para la emancipación, para la independencia, para “volar del nido”. Para el adolescente, el camino hacia la independencia se hace cada vez más apremiante. Durante la infancia, los valores, creencias, opiniones de los padres marcaban su forma de ver el mundo, sin que tuviera apenas capacidad para cuestionar o pensar por él mismo. Sin embargo, al llegar la pubertad, el adolescente empieza a ser consciente de su individualidad, de sus gustos y preferencias, de su identidad particular y única. Se tiene que enfrentar a su propia vida, al mundo de los adultos, pero ha de ser de manera independiente, descubriendo las cosas a su manera.
Los hijos no hacen este aprendizaje siguiendo a los padres e imitando todas sus acciones, sino probando, rechazando, explorando… y muchas veces fracasando y volviendo a empezar. Es un proceso que requiere tiempo, valor y paciencia, tanto por parte de los padres como de los adolescentes. Pero es la única manera en que cualquiera de nosotros puede llegar a funcionar como un adulto. Los padres debemos ser conscientes de este objetivo y apoyar y fomentar este proceso de crecimiento. Esto supondrá, a pesar de que conlleve en ocasiones un gran esfuerzo, ir abandonando progresivamente la idea de que son nuestros “niños”.
Existen muchas ideas inadecuadas respecto a qué es eso de la adolescencia que no hacen más que entorpecer la vivencia de esta etapa evolutiva. Es interesante que nos detengamos a reflexionar sobre estos mitos y el peso que puedan tener sobre nosotros.
Al hablar de adolescencia, los comentarios más frecuentes son los que hacen referencia a lo problemático de esta edad, a las tensiones, a los conflictos, a las dificultades, etc. Es la creencia de que la adolescencia es una etapa de elevada inestabilidad emocional. Sin embargo, hemos de tener en cuenta que todos los cambios pueden generar crisis y cierta inestabilidad, pero no es cierto que en la adolescencia se dé un mayor malestar psicológico que en cualquier otra etapa de la vida. De hecho, etapas evolutivas como el inicio de la paternidad, la llegada del primer hijo, la entrada en el mundo laboral, la jubilación, son circunstancias en las que también puede generarse cierta inestabilidad y necesidad de reajuste.

Por otra parte, existe la creencia de que la adolescencia es una etapa de intensos conflictos y hostilidad. Si bien es cierto que es una edad de grandes cambios, éstos no siempre implican grandes conflictos. Por otra parte, debemos considerar que no todas las personas vivimos los cambios de la misma manera, ni todas las personas somos iguales. Por tanto, la adolescencia será distinta para cada adolescente.

Sin embargo, como todo proceso de cambio, se requiere que la persona se enfrente y vaya resolviendo las cuestiones y dificultades que puedan ir surgiendo. No debemos considerar que lo que le ocurre a nuestro hijo adolescente se debe a “la edad del pavo” y que ya se le pasará. Por el contrario, necesita nuestra atención y comprensión, porque lo que él vive es importante para él; y requiere de nuestro apoyo y orientación para enfrentarse a su tarea evolutiva, aunque a veces no lo demuestre abiertamente.

La adolescencia es diferente para cada persona. Sucede lo mismo en las diferentes culturas, e incluso según las épocas o generaciones. No es igual un adolescente de nuestra cultura europea, que un adolescente de un país asiático; o un adolescente de una gran ciudad que uno de un pueblo pequeño, por ejemplo. El peso de la cultura, de las tradiciones y de la sociedad influye en la vivencia del adolescente. Asimismo, podemos hablar de diferencias entre los adolescentes de hoy en día y nuestra propia adolescencia. Sin embargo, como padres, el hecho de anclarnos en estas diferencias entre nosotros y ellos, no hace más que dificultar la comprensión y el acercamiento mutuo.

Cuando nos preguntamos qué podemos esperar de la adolescencia, de nuestro hijo, tendremos que pensar en él, en su forma de ser, su personalidad y su forma de relacionarse con el mundo. La ventaja es que mientras ha ido creciendo hemos ido conociéndole y descubriéndole y hemos estado presentes en sus procesos.

En la adolescencia no todo es inestabilidad y confusión. Constituye también un momento especialmente propicio para consolidar capacidades y valores y para construir y reconstruir una personalidad propia y madura. Es una edad en la que se pueden dar buenas oportunidades de crecimiento y maduración, de retos y posibilidades.

Y como toda buena oportunidad hay que aprovecharla… una de las formas en que ayudaremos a crecer a nuestro hijo y a nuestra relación es sin duda apoyándolo en su proceso de separación e individualización. Probablemente, asistimos aquí a uno de los retos más importantes de todo padre. Como escribió Haim Ginott: “como padres, nuestra necesidad es que nos necesiten. Como niños, su necesidad es no necesitarnos. Dejarlos ir cuando queremos retenerlos requiere mucha generosidad y amor”.

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