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esperanza

José Álvaro Martín Menjón, profesor de Filosofía

“ Si no confiáis, no subsistiréis” (Isaías 7: 9b)

No podemos analizar químicamente los alimentos cada vez que comemos. Hemos de fiarnos. No podemos revisar el correcto funcionamiento de nuestro coche cada vez que accionamos el contacto. Hemos de fiarnos. Más necesaria todavía es la confianza para viajar en avión o para conservar el amor de la persona a quien queremos (los sentimientos pueden evolucionar). Y es que vivimos fiándonos. No hay consumo sin confianza en las marcas. No hay ciencia sin confianza en la regularidad de las leyes naturales. No hay sentido de la historia sin confianza en el futuro (los hombres del siglo XVIII esperaban construir un mundo mejor razonando por sí mismos; los actuales postmodernos han vivido el derrumbe de esas esperanzas). Imposible, pues, existir sin confiar: nuestra capacidad de comprobación resulta siempre limitada. Y eso nos molesta, porque aspiramos a dominarlo todo.

En el terreno del desarrollo individual, psicólogos como Erik H. Erikson han demostrado que las personalidades sanas son resultado de una confianza básica (depositada inicialmente sobre la madre). Ella resuelve las necesidades del niño, disipa sus pesadillas o miedos, calma sus dolores, lo cual permite que el recién nacido no sienta lo exterior como amenazante. Así adquiere valor para vivir: “Cuando [la madre] tiene en sus brazos y amamanta al niño, le transmite no sólo las primeras vivencias de gozo y bienestar, sino también un sentimiento de elevación y protección. En la medida en que el niño ‘experimenta’ que se le cuida y acepta, aprende a confiar en su entorno. Sólo a partir de tal confianza original surge en él la capacidad de tratar a otros con total confianza y desarrollar un sano sentimiento de autoestima… [aprendiendo] a asimilar ocasionales decepciones.” Posteriormente (al producirse la independización respecto a los padres), es la educación religiosa quien ejerce ese papel consiguiendo “una nueva orientación que permite(…) conservar la confianza en un amparo sin límites a pesar de todas las amenazas y adversidades de la vida… ” (Pannenberg, 282). Sólo a partir de esta experiencia es posible, cuando se es adulto, tener las fuerzas necesarias para resistirse a “lo negativo, la hostilidad, el fracaso, la decepción y el sufrimiento” (Id., 284). Eso no supone regresar a un fiarse infantil que necesita de algún papá-Dios con capacidad para responder a todos los deseos y librar de todos los peligros (Freud). Aquí no se huye de los problemas, sino que se los enfrenta de otro modo: confiando en que son superables, en que vale la pena plantarles cara (Fromm). Es la experiencia de Pablo. Inmediatamente después de afirmar que si Dios está con nosotros ¿quién estará contra nosotros? (Romanos 8:31), repasa las dificultades que enfrentan los cristianos: angustia, sufrimiento, persecución, hambre desnudez, peligro, espada, exposición diaria a la muerte, etc… (Rom. 8: 35-36). Y concluye: “pero Dios, que nos ama, hará que salgamos victoriosos de todas estas pruebas” (v. 37). A este fiarse lo llamamos esperanza. Un anclaje decisivo que no huye de los laberintos vitales porque sabe que esconden una salida. Es la experiencia de Abrahán que “no decayó en su fe al ver que su cuerpo estaba sin vigor –tenía casi cien años- y que Sara ya no podía concebir…creyó contra toda esperanza ” (Rom. 4:18). O de Pablo desde la cárcel: “sé en quién he puesto mi confianza” (2 Tim. 1: 12). Incluso Jesús, en la cruz, padece burlas que van en ese sentido: “Ha puesto su confianza en Dios; que lo libre ahora, si es que lo quiere” (Mateo 27:43). Hay aquí un fiarse a pesar de todo, capaz de enfrentar la situación sin huir o desfallecer (Torres Queiruga, p. 120). El sociólogo protestante Peter L. Berger la denomina confianza religiosa, porque no se basa en los hechos que suceden cada día, donde la injusticia, el dolor o la muerte destruyen nuestros proyectos de autorrealización. Para este autor, “la realidad…[muestra cómo] ’no’ todo está en orden, ‘no’ todo está bien. El mundo en el que le decimos al niño que confíe, es el mismo mundo en el que él morirá algún día…la clara tendencia del hombre hacia una realidad ordenada…únicamente puede justificarse dentro de un contexto religioso.” (Berger, pp. 102-103)

El psicólogo judío Víctor E. Frankl, internado en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, describe el papel clave de la esperanza (o de su ausencia) en la supervivencia lograda por algunos prisioneros. Relata cómo un buen día su compañero de barracón le cuenta un sueño vivido durante la noche. En él, una voz le comunica la fecha en la que aquella angustia va a concluir. Cuando transcurre el día soñado sin que la liberación se produzca, ese hombre muere. (Frankl, 77-78)

También relata el caso de reclusos que, tras resistir hasta el final, sucumben más tarde cuando, al rehacer sus vidas, descubren cómo los anhelos que les habían mantenido vivos no se cumplen (Id., p. 93). “Los que conocen la estrecha relación que existe entre el estado de ánimo de una persona –su valor y sus esperanzas, o la falta de ambos- y la capacidad de su cuerpo para conservarse inmune, saben también que, si repentinamente [alguien] pierde la esperanza y el valor, eso puede ocasionarle la muerte.” ( Id., p. 77)

El también judío Max Horkheimer recuerda cómo su madre recitaba el Salmo 91 en pleno auge de la amenaza fascista. ¿Cómo podía repetir refugio mío en medio de aquel infierno que le rodeaba y que le iba a afectar personalmente? Para Horkheimer esa actitud mostraba una rebeldía ante el horror existente, una confianza en que no sería definitivo. “Como quiera que deban interpretarse los versículos del salmo, para muchos de los que lo cantaron proclamaba(…) un sentido de la historia que contradecía lo existente y estaba, con todo, tan lejos de la ilusión y la falsedad como nunca lo estuvo la ciencia.”

Recordémoslo, esta esperanza no debe llevar a pensar que las cosas han de ser como nos gustaría que fueran. La confianza en Dios fomenta, por el contrario, un asumir, sin miedos, la realidad tal como es (sabiendo que puede cambiar). Se trata de estar abiertos a un mundo donde no todo está prefijado con determinación, pues es posible lo nuevo y la realidad histórica no está cerrada, sino en proceso (Moltmann, p. 32). El teólogo Hans Küng establece una alternativa que puede parafrasearse así: o aceptamos resignadamente los problemas implicados en el vivir (la nada, el absurdo: “la realidad carece de fundamento, soporte y meta primordiales”) o los enfrentamos sabiendo que vale la pena hacerlo, pues no son inamovibles (encontrando, “valor dentro de la futilidad y un sentido dentro de todo el sinsentido…[es decir], una radical certidumbre, una última seguridad y una inamovible consistencia” –Id., p. 779-).

Esta última forma de confianza, no promete –como queda dicho- una erradicación de toda dificultad: “José fue calumniado… porque mantuvo su…integridad. David…fue perseguido por sus enemigos como una fiera. Daniel fue echado al foso de los leones….Job fue privado de sus posesiones terrenales y estuvo tan enfermo que le aborrecieron sus parientes y amigos… Jeremías…enfureció tanto al rey y a los príncipes que le echaron en una inmunda mazmorra. Esteban fue apedreado… Pablo…encarcelado, azotado… y finalmente muerto…

Dios no impide las conspiraciones de los hombres perversos, sino hace que sus ardides obren para bien de los que…mantienen su fe…A menudo los [cristianos].. realizan su trabajo en medio de tormentas y persecución, amarga oposición e injusto oprobio. En momentos tales recuerden que…Dios les enseña a apoyarse en él.”

Tampoco la fe auténtica se basa en criterios de utilidad: confianza, a cambio de protección. La experiencia de Jesús lo muestra con claridad: “pasó haciendo el bien, pero acabó mal…Dios no hace nada para evitar el trágico fin de Jesús…el silencio divino, su ausencia ante la cruz, y el grito desesperado del ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’ hay que tomarlos en serio…La relación con Dios no sirve para evitar el mal. Al contrario, el que vive y actúa como Jesús tendrá que afrontar un mal suplementario, ya que los piadosos lo inmolarán creyendo que dan gloria a Dios…[Cristo, en la cruz] experimenta una soledad en la que falta el consuelo divino, y, sin embargo, se pone en sus manos. No duda de que Dios es amor y se fía de él. Su fe es la del hombre que, sin esperar nada material del Creador, sigue afirmándolo y esperándolo…es…gratuita, cimentada sólo en la convicción del amor divino presente en la experiencia del mal…[Pero] ¿no es insensato seguir esperando y creyendo en un Dios que no aparece?…en este contexto irrumpen los discípulos afirmando que Dios ha resucitado a Jesús, es decir, que Dios estaba con él…Ya no es la muerte lo último para la vida humana, es posible esperar.” Esta convicción, cimentada sobre lo ocurrido hace dos mil años en Palestina, nutre el fiarse cristiano. Sin huir de los problemas, sin trivializarlos, sin asumir una omnipotencia imaginaria que pueda solucionarlo todo y sin buscar intercambios mágicos con lo divino (buen comportamiento, a cambio de ayuda). La esperanza cristiana mira de frente los rasgos negativos del mundo y se rebela contra ellos, porque no los considera definitivos. Es un fiarse necesario para vivir, que acepta el reto de existir en una realidad frecuentemente inhóspita u hostil. No se basa en simples opciones tomadas sobre deseos optimistas o en experimentos de laboratorio repetibles infinitas veces. Tan sólo le vale la promesa de Dios, anticipada en Jesús (1 Cor. 15: 3-7). “Es un esperar contra aquello que se tiene ante la vista (Rom. 8:24)…una esperanza de las cosas que no vemos (Hebr. 11:1), porque, contra la muerte, espera lo imposible, es decir, la resurrección y la vida dada por Dios ” (Moltmann, pp. 463-464). Sólo así, “en medio de la insoportable historia sufriente del mundo…[hay] fuerzas para esperar donde nada hay que esperar, y para amar donde lo que impera es el odio.”

Bibliografía Comentada

El psicólogo Erik Homburger Erikson expone sus ideas sobre la necesidad de una confianza básica para el desarrollo de personalidades sanas, en dos libros: Infancia y sociedad, Hormé, Buenos Aires, 1983; Identidad, juventud y crisis, trad. Alfredo Guerá, Taurus, Madrid, 1992.

Quien, en teología, mejor ha mostrado las consecuencias de esa confianza básica y lo que la ausencia de Dios produce en el hombre es el luterano Wolfhart Pannenberg, con: El hombre como problema. Hacia una antropología teológica, trad. Rufino Jimeno, Herder, Barcelona, 1976 y Antropología en perspectiva teológica, trad. Miguel García-Baró, Sígueme, Salamanca, 1993.

Desde la sociología, el papel de la confianza es abordado por Peter L. Berger en: Rumor de ángeles. La sociedad moderna y el descubrimiento de lo sobrenatural, Trad. Luis Cuellar, Herder, Barcelona, 1975. También muy interesante resulta su análisis de los efectos producidos por la secularización en: Un mundo sin hogar. Modernización y conciencia, trad. Jesús García-Abril, Sal Terrae, Santander, 1979.

La teología redescubre la esperanza a partir del análisis marxista efectuado sobre ella por Ernst Bloch, El principio esperanza, trad. Felipe González Vicen, Trotta, Madrid, 2004. Los rasgos específicos de esa esperanza en su formulación cristiana son expuestos por el teólogo protestante Jürgen Moltmann en: Teología de la esperanza, trad. A. Sánchez Pascual, Sígueme, Salamanca, 19895. Algunas generalidades sobre la cuestión, tamizadas desde perspectivas racionales, pueden encontrarse en: Torres Queiruga, A., Esperanza a pesar del mal. La resurrección como horizonte, Sal Terrae, Santander, 2005.

Para captar la importancia de la esperanza frente a situaciones límite: Víctor E. Frankl, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona 199011. También desde un enfoque cercano a la psicología: Erich Fromm, La revolución de la esperanza: hacia una tecnología humanizada, trad. Daniel Jiménez Castillejo, FCE, México, 1971.

Más filosófica es la reflexión de: Pedro Laín Entralgo, La espera y la esperanza. Historia y teoría del esperar humano, Alianza Editorial, Madrid, 19842 o Derrida et alii, La religión, PPC, Madrid, 1996.

Por último, la esperanza en el Antiguo Testamento es abordada con criterio por Francesc Ramis Darder en: Ha hablado el Dios de la vida. Itinerario de la vida cristiana a la luz de los profetas, Casa de la Biblia-Verbo Divino, Estella (Navarra), 2002. Una buena introducción al tema es la de Demetrio González Cordero, Qué es…la esperanza, Paulinas, Madrid, 2000.

Notas

1 Imbach, J., La aventura de la fe. De camino con Abrahán, trad. Vicente Gamarra, Mensajero, Bilbao, 2004, pp. 19-20.
2 A diferencia de Freud, que entiende la religión como una enfermedad (neurosis), Fromm la describe como sistema de orientación que, en caso de estar ausente, lleva a sustituciones enfermizas. (Pannenberg, W., Antropología en perspectiva teológica, trad. Miguel García-Baró, Sígueme, Salamanca, 1993, p. 285, nota 98).
3 “La palabra hebrea con la que se designa la fe es ‘emunah’, que significa la actitud de confianza en Dios. [Su] raiz es ‘aman’, que significa la seguridad y la estabilidad en un Dios, Yahvé, en el que uno se puede abandonar. Dios es la roca sólida en la que se puede construir la vida humana: ‘Vuestra fuerza, dice Isaías, estará en la confianza’ (Isaías 30:15).” (Sayés, J. A., Teología de la fe, San Pablo, Madrid, 2004, p. 16).
4 “¿Dónde podrá encontrar el adulto un objeto digno de una fiabilidad semejante de modo que le sea posible hacer frente a la experiencia de ruptura y de fragmentariedad sin tener que inventarse…un mundo a la medida de sus deseos? ¿en padres, educadores o líderes? ¿Tal vez en la sociedad o en la humanidad?…el dato antropológico de la necesidad de una ‘confianza básica’ para la configuración de la personalidad muestra la abocación del hombre a una instancia de apoyo…Dios…” (Martinez Camino, J. A., Recibir la libertad. Dos propuestas de fundamentación de la teología en la modernidad: W. Pannenberg y E. Jüngel, UPCO, Madrid, 1992, pp. 129-130.
5 Horkheimer, M., Anhelo de justicia. Teoría crítica y religión, trad. J. J. Sánchez, Trotta, Madrid, 2000, pp. 108-109.
6 Küng, H., ¿Existe Dios?, trad. J. M. Bravo Navalpotro, Cristiandad, Madrid, 19794, p. 774.
7 White, E. G., Los hechos de los apóstoles (en la proclamación del evangelio de Jesucristo), Publicaciones Interamericanas, Mountain View, California, 19662, p. 459.
8 Estrada, J. A., Razones y sinrazones de la creencia religiosa, Trotta, Madrid, 2001, pp. 147-149.
9 Moltmann, J., El hombre. Antropología cristiana en los conflictos del presente, trad. J. M. Mauleón, Sígueme, Salamanca, 19864, p. 154.

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