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permisividad
Irene Sánchez Mejías, Orientadora y Mediadora familiar

A nadie se le escapa que estamos viviendo en unos momentos difíciles para educar. Los padres tenemos que vérnoslas con la influencia de los medios de comunicación, con los valores sociales actuales que entran en pugna con los valores tradicionales, con la influencia del grupo de iguales…

Excluyendo a las familias altamente patológicas, la mayoría de los padres quiere lo mejor para sus hijos.

Algunos padres huyen de la educación rígida y autoritaria que recibieron, no quieren educar a sus hijos de la misma forma en que fueron educados y se pasan al extremo contrario, siendo excesivamente permisivos con sus hijos. Otros piensan que todos los problemas actuales se solucionan con disciplina y durante un tiempo parece que les funciona. Sin embargo descubren, durante la pubertad, que su hijo ha ido acumulando una serie de tensiones y con frecuencia rencores no manifestados que acaban volviéndose contra los progenitores. Los seres humanos tenemos tendencia a la dualidad. ¡Qué difícil es encontrar el término medio! Pero los extremos nunca fueron buenos.

Algunos padres dejan hacer a sus hijos esperando que ellos mismos encuentren el camino. No les ponen límites desde pequeños porque temen ser autoritarios. Son padres que no distinguen entre el autoritarismo y las necesarias figuras de autoridad. Los niños necesitan límites que vengan de los adultos, pues ellos mismos no pueden ponérselos; les proporcionan seguridad. Necesitan aprender a controlar su frustración. ¡Es tan importante que sepan aceptar un “no” por respuesta o “un espera”! Necesitan aprender el valor del respeto a los demás, que no se consiguen las cosas por la fuerza, que mis derechos terminan donde empiezan los de mi prójimo. Necesitan aprender el valor del esfuerzo, cosa difícil de inculcar porque nos encontramos en un momento social en el cual prima el mínimo esfuerzo. En el mundo adulto se valora la cultura del pelotazo, la “inteligencia” del que sabe trabajar poco y ganar mucho. No es que los adolescentes de hoy en día sean unos vagos, como escucho con frecuencia, sino que son el reflejo de lo que hoy se valora socialmente. Los padres hemos de educarlos desde pequeños en la pedagogía del esfuerzo, en la recompensa de lo bien hecho, en el placer que produce hacer las cosas bien y, por supuesto, premiarlos con nuestros halagos y en algún momento ofrecerles pequeñas recompensas.

Los profesionales nos encontramos con las consecuencias de esta educación permisiva: hijos tiranos, agresivos, con dificultades escolares y absentismo, con problemática de consumo de drogas, promiscuidad sexual; hijos desadaptados socialmente. Y, curiosamente, estos no son los chicos de familias marginales sino los hijos de familias de clase media o alta. Familias en las que los padres han priorizado el estatus social, el dinero, los trabajos y no les han quedado ni tiempo ni energías para educar, un tiempo en el cual se escuche a los hijos y se comparta, para decir NO, es más, familias en las cuales con frecuencia se ha suplido la falta de tiempo dedicado a los hijos con el último videojuego, ropa de marca… Pero no nos equivoquemos, estos padres creían que estaban haciendo lo mejor para sus hijos, con frecuencia “darles lo que nosotros no tuvimos”.

Elena de White dice al respecto en La Conducción del Niño:

“Los niños a los que se les permite que hagan lo que quieren no son felices. El corazón rebelde no tiene dentro de sí los elementos de paz y satisfacción.” (p. 199)

“Se comete un gran error cuando los resortes de la dirección se colocan en las manos del niño, y se le permite que haga su propia voluntad y rija el hogar. De ese modo se da una dirección equivocada a ese elemento maravilloso que es el poder de la voluntad…”( p. 198)

“Piensan (los padres) que satisfaciendo los deseos de sus hijos y dejándoles seguir sus inclinaciones, obtendrán su amor. ¡Qué error!. Los niños así consentidos se crían sin ver restringidos sus deseos, sin saber dominar sus disposiciones y se vuelven egoístas, exigentes e intolerantes…” ( p. 166)

Por otra parte, están los padres que son conscientes de las dificultades de hoy en día para educar. Se fijan en otras familias permisivas y no quieren esa educación para sus hijos. No quieren que sus hijos sean unos maleducados y comienzan a educar en una serie de exigencias que resultan excesivas para la edad de sus hijos o su temperamento. No olvidemos que la educación no es cuestión de un día, sino de toda la vida. No por forzar el aprendizaje vamos a obtener mejores resultados. Como decía, en estos casos aparentemente se están obteniendo resultados, pero con frecuencia a costa de la salud psicológica de los niños, que en muchas ocasiones se vuelve en contra de los padres en la pubertad.

Hay que saber que si nuestras exigencias son excesivas es difícil que nuestro hijo lo exprese. Los niños no cuentan sus sufrimientos porque con frecuencia no saben de dónde provienen, y cuando hay un exceso de exigencia por parte de los padres entran en un conflicto de intereses que les impide contar cómo se sienten. Los niños muestran síntomas: pesadillas, tics, tristeza, agresividad, dificultad de atención en las tareas escolares, inquietud, frustración exacerbada cuando algo no les sale perfecto, trastornos de alimentación…

También Elena de White, en su libro La Conducción del niño, nos advertía de las consecuencias de una educación muy exigente:

“(El niño) Ha de ser guiado pero no aplastado… tan malo es el exceso de órdenes como la falta de ellas. El esfuerzo por quebrantar la voluntad del niño es un error terrible… aunque la fuerza puede asegurar la sumisión aparente, el resultado, en el caso de muchos niños, es una rebelión aún más decidida del corazón. El hecho de que el padre o el maestro llegue a ejercer el control que pretende, no quiere decir que el resultado sea menos perjudicial para el niño.”(p. 195)

“Si tenéis hijos de temperamentos peculiares, no permitáis por ello que la plaga del desaliento pese sobre sus vidas… ayudadles por la manifestación de tolerancia y simpatía. Fortalecedlos con palabras amorosas y actos de bondad para que venzan sus defectos de carácter.”(p. 193)

“Si el niño es de voluntad terca, la madre, si entiende su responsabilidad, comprenderá que esa voluntad terca es parte de la herencia que ella le ha dado. No considerará a la voluntad de su hijo como algo que sea quebrantado… Si ella es una cristiana sabia, no tratará de dominar por la fuerza la voluntad del niño. Orará, y mientras ore, experimentará una renovación de la vida espiritual dentro de sí. Y verá que al mismo tiempo el poder que obra en ella también está obrando en el niño. Y el niño, en vez de ser compelido, es dirigido y se hace más suave. Así se gana la batalla.” (pp. 196 y 197)

De vez en cuando, los padres deberíamos detenernos a hacer algo que está muy de moda: evaluarnos. Observemos a nuestros hijos, escuchemos a los profesionales y personas cercanas imparciales.

Si nuestro hijo ya mayorcito se muestra tirano, no acepta límites, se muestra agresivo con los padres, desafía a los profesores… es probable que no tenga interiorizados los límites, el respeto a la autoridad… y aunque hay niños que por su temperamento tienen más dificultades en estos temas, con paciencia pero con perseverancia deberemos ir trabajando los aspectos indicados.

Si observamos en nuestros hijos síntomas de tensión o sufrimiento mental como pesadillas frecuentes, tics, episodios de ensimismamiento, tristeza o falta de expresividad, agresividad hacia los compañeros de clase, dificultad de atención en las tareas escolares, inquietud que no puede controlar, trastornos de alimentación (negativa a comer o tendencia a hacerlo compulsivamente), síntomas obsesivos como tener que hacer todo perfecto sin admitirse debilidades, frustración incontrolable ante el mínimo fracaso…, deberíamos plantearnos cambiar la exigencia por la ayuda, aceptar los límites de nuestros hijos, ser flexibles y adaptarnos a su ritmo y, por supuesto, rebajar su nivel de ansiedad. Si aún siguiendo las recomendaciones, los síntomas de un tipo u otro (tanto respecto a los límites como respecto a las tensiones excesivas) no cesan será necesaria la valoración profesional, pues cuanto más tiempo se tarda en intervenir más difícil es tratarlos e incluso pueden llegar a empeorar llegada la adolescencia.

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