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Miguel Fernando Bacuilima, Licenciado en Teología

Para los adventistas que vivimos en occidente, acostumbrados a ver o a experimentar, un viernes por la tarde o por la noche, un inicio del sábado agitado (coches, música, ruido, gente visitando tiendas…), es difícil entender cómo puede un país entero paralizarse durante más de veinticuatro horas para entrar en el descanso semanal.

Recuerdo que no llevaba más de tres semanas en Israel. Todavía era invierno, por lo que oscurecía temprano. Además, al sábado le seguía un día festivo. Como un buen olé jadash (inmigrante nuevo), el shabat me pilló desprevenido; a las cuatro de la tarde todas las tiendas estaban cerradas. Fue mi primer ayuno. Entonces empecé a entender que me encontraba en Israel, entre el pueblo del sábado.

Lo que me resultó más duro de asimilar fue el primer día de la semana, el yom rishon (primer día, domingo). No era simplemente el primer día de la semana; había que trabajar, estudiar, llevar a los niños al colegio… Y eso sí que era díficil. Mientras todo el mundo descansa en domingo, un pequeño pueblo trabaja con todas sus fuerzas porque comienza la semana. La gente está acostumbrada. La Palabra del Señor dice: “Seis días trabajarás y el séptimo descansarás” (Ex 20: 8-10). Así que, con el tiempo, acabé adaptándome.

Algo que diferencia a Israel de otros pueblos o países, en lo que concierne a los adventistas, es el hecho de que es el único país del mundo en el que te sientes como en casa. Al buscar un trabajo, no te preocupa el horario, porque siempre respetarán tu shabat. Si eres estudiante, nunca rendirás un examen en shabat. No eres extraño, ni raro, al guardar el sábado. Tus hijos no tendrán encuentros deportivos, ni el colegio programará actividades. No necesitas dar explicaciones o excusarte por tus creencias con los compañeros de trabajo o con los padres de los amigos de tus hijos. Es extraordinario. Y no se trata de una comunidad aislada, sino de todo un país que descansa en sábado. En ese contexto, se vuelve muy importante respetar y tolerar a los que tienen otras creencias, que son la minoría.

Conviene mencionar que la mayoría de cristianos suele hacer demasiado énfasis en las normas y ritos con que los judíos cargaron el shabat y, en consecuencia, piensa que, para un judío, más que un día de reposo, es un día saturado de prohibiciones. Sin embargo, el shabat judío puede ser visto desde otra perspectiva. Veamos algunos textos que apoyan esta posición:
“Nosotros no guardamos el sábado, sino que celebramos el shabat.”

“Para nosotros, los judíos, el shabat representa algo más que para los otros pueblos: es el «condimento» que da su sabor especial al judaísmo. Además de poseer nuestra condición humana, obtenemos también una semejanza con Dios, mediante la observancia del shabat.”

“Más de lo que el pueblo judío cuidó y resguardó el shabat, fue el shabat el que preservó la existencia del pueblo judío en los avatares de la historia, en las penurias, exilios y en las persecuciones.”

“No es sólo el concepto de un día de descanso que todo hombre necesita en la semana, sino que pretende elevar al hombre a una vida noble donde no existen la lucha y la preocupación por el sustento, por el diario vivir que lo absorben los seis días de la semana.”

“El pueblo judío se transformó en el pueblo del shabat.”
No pretendemos decir que no existan las normas y restricciones. Ahora bien, un judío puede ir más allá de ellas y disfrutar del shabat. Con respecto al descanso que debemos observar en shabat, dijo Rashí (Rabí Shelomó Itzjak, 1040-1105):

“Debe ser un descanso duradero, no momentáneo”.
El descanso debe ser realmente reconfortante, de manera que se convierta en algo más que una interrupción del trabajo semanal.

Como adventista, siempre me ha cautivado el rito de recepción y despedida del shabat judío. No se trata únicamente de un día de reposo, sino de un tiempo en el que la familia se reúne para fortalecer su relación con el Señor y los lazos familiares. Detallaré a continuación algunos ritos que reflejan la importancia del sábado en la cultura judía:

La Kabalat Shabat es la bienvenida al sábado. Es la ceremonia que marca la llegada del shabat, al que describe como una novia a la que el novio (el pueblo de Israel) sale a recibir.

El encendido de las velas representa el comienzo del shabat. Las velas se han convertido en el símbolo de la recepción del shabat en el hogar. Se acostumbra a encender dos: una por el precepto de zakar (recordar) y otra por shamar (cuidar) el día del shabat para santificarlo.

Bendición de los hijos: Se suele bendecir a los hijos con una bendición especial. Al regresar del kabalat shabat en la sinagoga, el padre coloca las palmas de las manos sobre la cabeza de sus hijos e hijas. El sábado es un tiempo dedicado a la familia.

El espíritu del shabat se expresa en el Kidush (bendición especial sobre el vino), como está escrito en Éxodo 20: 8 “Recuerda el día para santificarlo”.

Melavé Malká (acompañar a la reina): En esta reunión se acompaña la salida de la reina. Es la despedida del shabat al caer la tarde del sábado. Tal como se la recibió, con alegría y regocijo, como a una verdadera novia, así es acompañada y despedida, con el consuelo de que regresará al cabo de siete días.

Para el judío, el shabat es un regalo (matana tova, un buen regalo). No se consideran un regalo las prohibiciones, sino la abundancia de la que se llena el shabat, el sentimiento de luz y alegría que brilla por la presencia del Señor. Todo ello hace del shabat el día que todos esperan.

Rabí Shmuelke de Nikelsburg, al explicar a sus seguidores el significado de la importancia del “shabat”, les contó una historia personal:

“Un día, estando en su casa, entró un pobre que pedía limosna. No tenía dinero. El Rabí hurgó en sus bolsillos. Pero… nada, no encontró ni una pequeña moneda. Se sentía muy mal. No podía dejar ir al pobre sin prestarle ayuda. Buscó una y otra vez, hasta que en uno de los cajones encontró un anillo brillante. Era el anillo de su esposa. Sin detenerse, tomó el anillo y lo entregó al hombre.

Cuando volvió la Rabanit, y le contó lo que había sucedido, se entristeció: ¿Cómo diste un anillo tan caro a un pobre que sólo pedía unas cuantas monedas?

El Rabí, al escuchar las palabras de su esposa, se apresuró a salir de su casa a paso ligero para alcanzar al mendigo. Éste, cuando lo vio venir, pensó que se había arrepentido de haberle entregado un donativo tan valioso y empezó a correr. Finalmente, el Rabí lo alcanzó. Respirando con dificultad, el Rabí Shmuelke, le dijo con mucho sentimiento: ¡Solo quería decirte que te di un anillo muy valioso, no lo vendas por unas pocas monedas! El Shabat es muy precioso. ¡Tratemos de darle el verdadero valor!”.

Recorriendo las calles de Jerusalén o Tel Aviv en shabat, de camino a la iglesia, solía encontrarme con un gran número de judíos. Veía niños limpios, muy arreglados, con sus mejores ropas, kipot nuevas (un pequeño casquete, con el que se cubren la cabeza), que caminaban contentos y felices junto a sus padres, desmintiendo aquella idea errónea de que el sábado es una carga para el judío.

Este fervor judío, muy presente en la sociedad israelita, no ha tardado en llegar a nuestra Iglesia adventista, en relación con el shabat, encontrando un lugar en cada uno de sus miembros. Esto no es negativo, al contrario, resulta incluso enriquecedor el hecho de que podamos combinar el fervor y la reverencia de aquel pueblo con la forma que nosotros tenemos de celebrar.

La forma de conmemorar el shabat en Israel es difícil de describir. Hay que vivirla, experimentarla. No es lo que se hace, sino lo que se vive. Debemos entender, ante todo, que el shabat no es simplemente un día, es el día de la gran fiesta. En los hogares judíos se preparan comidas especiales, no el viernes por la noche, sino desde el jueves. Las casas están limpias porque va a llegar la reina del shabat. Se procura evitar las típicas carreras del viernes por la tarde, que lo único que hacen es restarle solemnidad al día.

Los negocios no esperan a que llegue la puesta del sol, o cinco minutos antes, para bajar sus persianas. Entienden que se acerca la hora de una gran celebración, por lo que cierran tres o cuatro horas antes de la puesta con el objetivo de prepararse.

Minutos antes de que se oculte el sol, empiezan a llegar a las sinagogas para recibir el shabat. Lo reciben en comunidad, dejando de lado todas las cargas y entrando en ese reposo tan esperado. Tras recibir el sábado en las sinagogas, se dirigen a sus hogares para celebrar la fiesta en familia y permanecer largas horas consolidando las relaciones familiares. El día del shabat asisten temprano a las sinagogas para luego reunirse en familia a disfrutar de los alimentos preparados con antelación. Cuando se acerca la hora de despedir el sábado, acuden a la sinagoga para despedir a la novia, con la esperanza de que al cabo de siete días volverá para celebrar de nuevo la fiesta del shabat. Hay cantos y alegría en las sinagogas. Todos se desean una shabua tov (feliz semana).

Mientras en el resto del mundo el sábado es un día de bullicio exagerado, en Israel se puede escuchar el canto de los pajarillos, el caminar de las personas y sentir a dos pueblos que se unen bajo un mismo precepto: celebrar el shabat. Como adventistas, damos testimonio de que el sábado no es propiedad de un pueblo, sino un día de celebración con nuestro Señor.

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