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creatividad
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.” (Génesis 1:27)

Luz María Gento, madre creativa

Cuando leo el relato de Génesis, me imagino a mi Dios sentado mirando todo lo que había hecho y sintiéndose feliz y satisfecho. Tan satisfecho quedó de su obra, que se reservó un día para disfrutarla. Y no solo eso, sino que nos regaló el Sábado a nosotros, “semejantes” a El.

A veces cuesta pensar que el hombre que conocemos sea el mismo a quien Dios creó, pero hay un pequeño rasgo de esa semejanza que muchas veces nos pasa por alto. El ser humano goza entre sus muchas facultades de una sombra del poder creador de Dios. El ser humano es “creativo” a imagen de Dios. La creatividad en el hombre es un humilde reflejo de la creatividad divina.

La creatividad es la capacidad de inventar, de crear algo nuevo. Todas las cosas que el hombre ha hecho, para bien o para mal, a lo largo de la historia han tenido como ingrediente fundamental la creatividad. La ciencia ha avanzado gracias al conocimiento, pero sobre todo a la creatividad de Einstein y otros como él.

Fomentar la creatividad supone fomentar la capacidad de resolver problemas. Y esta aptitud, unida a cualquier área del conocimiento o en cualquier ámbito del mundo laboral, marca la diferencia.

Lamentablemente, el sistema de vida moderno ha impuesto unos parámetros en los cuales la creatividad se hace cada vez menos necesaria. Todos respondemos a ciertas exigencias en nuestra vida laboral y formamos parte de un engranaje en el cual solo es necesario que hagamos una tarea específica. Nadie hace nada que no sea su oficio por una mera cuestión de eficiencia. Todo lo demás lo adquirimos.

Nuestros hijos, así mismo, están siendo educados para este sistema. Estamos haciendo piezas seriadas para el engranaje. Lo que quieren, tienen. Lo que necesitan, lo tienen (aunque carezca de valor para ellos). A pesar de eso, nunca antes los jóvenes han estado tan desorientados, tan necesitados de estabilidad emocional, de seguridad y de autoestima.

En el mundo en que vivimos son muchas las preocupaciones de los padres en cuanto a la educación de nuestros hijos. Hasta cierto punto, el sistema escolar soluciona no pocas de nuestras necesidades sirviendo de apoyo a la parte fundamental que es la que nos corresponde.

Todos vemos la necesidad de una formación moral y religiosa, y jamás se nos ocurriría eliminar de los planes de estudio las matemáticas, la historia, la geografía, las lenguas o cualquiera de las materias troncales que los maestros y profesores llevan años impartiendo. Pero se percibe un gran vacío cuando se piensa en la creatividad. Tanto padres como maestros nos sentimos un tanto incapacitados ante esta situación ya que no es nueva la carencia. Ya nosotros, al igual que nuestros padres, la padecimos.

Con mucho, una de las actividades históricamente infravaloradas tanto por los alumnos, como por padres, profesorado y sistema en general es la educación plástica.

“¿Para qué me sirve plástica?”, se preguntarán algunos. Y a veces las respuestas resultan dificiles de encontrar.

El espacio de plástica es el más apropiado para el desarrollo de la creatividad debido a sus características, cosa que no sucede en otras asignaturas que están invariablemente ajustadas a los programas y contenidos.

Para empezar, no está limitado sino por un grupo de técnicas que a su vez no plantean límites y se trata de que en él salgan a la luz las individualidades.

La hora de plástica ha sido desde siempre, según para quién, la de hacer los deberes olvidados, la de repasar el examen, la de descanso, la hora relajada en la que todo está permitido, y para algún que otro la de hacer plástica, ya sea por gusto o por necesidad.

No es extraña esta actitud, ya que desde el mismo sistema educativo no se observa un esfuerzo visible por formar profesionales creativos, capaces de poner en práctica la creatividad en el aula. Más bien se deja esto a las aptitudes personales de cada profesional.

Las mismas empresas editoriales, llenas de expertos pedagogos que planifican los textos para el mejor aprendizaje de los contenidos, han convertido la plástica en un libro para colorear o una maleta llena de puzzles prefabricados en los cuales los niños experimentan las diversas técnicas.

Plástica es la asignatura de la creatividad. Aunque podríamos dudar acerca de si la creatividad puede o no aprenderse, sí podemos estar seguros de que se puede fomentar.

“¿Y para qué sirve?”, nos seguirán preguntando.

La creatividad no solo es necesaria en la hora de plástica, sino también en todas las otras clases. Es útil y necesaria en todos los ámbitos de nuestra vida.

No importa en realidad que el trabajo de plástica esté más o menos conseguido, sea más o menos bonito. Lo valioso realmente es el haber podido hacer algo pensado, creado y realizado por el mismo niño. El hecho de verse ante una situación y resolverla de determinada manera es lo que le hará crecer y aprender, le hará “sentirse capaz” de resolver otra y otra, y reforzará su autoestima.

La creatividad, tan olvidada en los tiempos que corren y tan necesaria en los diferentes aspectos de la formación de nuestros hijos, debería ser reivindicada en nuestro medio. La experiencia creativa es una de las más satisfactorias que puede experimentar el ser humano, y una de las pocas que nos acerca a la naturaleza creadora de nuestro Dios. El nos hizo “semejantes”, pero diferentes, y se explayó en la diversidad de una manera tan rica que debiéramos asumirla como una gran lección. Por eso animo desde aquí, tanto a padres como a maestros, a usar la creatividad como recurso educativo y fomentarla entre sus hijos y alumnos en contra de las pautas de la sociedad en que vivimos.

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