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Antonio Martínez Carrión, director del Ministerio de la Familia de la Unión Española

“El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo.” (Mateo 13:44)

¡Cuántos tesoros mencionados, perseguidos, anhelados…! Desde bien pequeños hemos leído y soñado con el hallazgo de tesoros escondidos, y la palabra tesoro, atractiva en sí misma, traía a nuestra imaginación brillos dorados, cofres rebosantes…

El tiempo ha ido pasando y, probablemente, ya no confiamos mucho en encontrar algún tesoro de la naturaleza de aquellos. Sin embargo, parece que esta sociedad consumista no desea marginar el concepto. Continuamente se nos propone hacer una compra, una gestión, o tomar una decisión como si el resultado pudiera asemejarse a alcanzar un verdadero “tesoro”. La prosperidad y las riquezas ofrecidas alcanzan sólo un poco más allá de una quiniela, un sorteo de lotería, un negocio “redondo”, etc.

En medio de esta macrooferta de tesoros, la Biblia nos presenta el texto siguiente: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde los ladrones horadan y hurtan; sino hacéoslos en el cielo, donde ni la polilla y el orín corroen, y donde los ladrones no horadan ni hurtan.”( Mt.6:19,20)

Se nos exhorta a hacernos, que no a encontrar, tesoros en el cielo, porque los verdaderos tesoros no “tocan”, se construyen con una vida inteligente, se “hacen”, y además se logran día a día.

Por otra parte, en el cielo el concepto de tesoro es muy diferente, pues no se mide en lingotes de oro, sino en valores: fe, amor, respeto, entrega a los demás, y otro tipo de “monedas” semejantes.

Y esos tesoros reales, auténticos e imperecederos, se “hacen” especialmente en el hogar. Es ahí donde nosotros, como padres y educadores, podemos contribuir a que nuestros hijos lleguen a alcanzar maravillosas riquezas, y también -y es bien importante- a no dejarse engañar por falsos tesoros ofrecidos, muchas veces a precio de saldo, que no llevan a nada y que, incluso, dejan en realidad más pobres a las personas.

En la vida se acaba comprendiendo, antes o después, que muchas cosas realmente valiosas no tienen precio -especialmente un carácter de valor-, y que todo aquello que se puede comprar, pudiendo ser importante, no suele ser lo más valioso, y existen muchos ricos “pobres” y muchos pobres “ricos”.

¡Ojalá nuestros hijos puedan recibir en nuestros hogares el verdadero “mapa del tesoro” y consigan ser dueños de lo auténticamente valioso: un carácter de muchos quilates!

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