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“Las palabras eran ventanas por las que te asomabas a la realidad” (Juan José Millás)

Es un anacronismo que en el siglo XXI aún estemos descubriendo los beneficios de la lectura. Esta misteriosa y mágica actividad está entretejida con nuestra propia naturaleza, porque se apoya en formatos idénticos: el lenguaje. No podemos pensar sin palabras, ni vivir plenamente, ni amar, ni soñar…Cuando todavía no hemos aprendido a hablar, no tenemos pensamientos completos porque no poseemos ideas si prescindimos de las palabras. Por eso nuestros recuerdos no van más allá de la edad en la que accedimos al lenguaje. Los “niños de la selva” han tenido grandes dificultades en relacionarse con sus semejantes porque no eran capaces de pensar y no tenían sentimientos de pertenencia, por lo que consideraban a otros humanos como intrusos. La palabra, pues, nos hace ser auténticamente personas.

La lectura parte, igualmente, de las palabras y nos reconcilia con nuestros semejantes. No se trata, tan sólo, del reconocimiento de signos gráficos; leer supone, además, comprender al que escribe y viajar a sus universos personales, ponerse en su lugar, organizar nuestros propios pensamientos, elaborar un sentido de la vida y soñar que entre todos formamos un mundo redondo. Accedemos, de este modo, a espacios desconocidos de libertad y de poder. Esta es la razón por la que las autoridades políticas y religiosas de corte totalitario siempre la han considerado peligrosa por su capacidad emancipatoria. Empeñarse en que nuestros niños y jóvenes lean es invitarlos a juzgar por sí mismos y criticar permanentemente sus propias ideas y las de otros.

Cuando Adán puso nombre a los animales, el ser humano comenzó a comprender el mundo. Nuestra inteligencia nace y se desarrolla sobre todo con el lenguaje, por lo que el empleo de nuestro sistema lingüístico es el medio principal de acceso al conocimiento. Si no designamos, si no ponemos palabras a los sucesos, tan sólo percibimos elementos accesorios. Poner nombres es poder conocer cada uno de los seres y conceptos a los que se aplica. Y “decir” es compartir lo que pensamos. La escritura se convierte, así, en la mayor de las invenciones humanas al permitir la transmisión en el espacio y en el tiempo de nuestras ideas y sentimientos.

Hoy, cuando los medios audiovisuales son una “competencia desleal” por la intoxicación que producen sus imágenes o sonidos, por la facilidad y la rapidez con que transmiten información y por hacer innecesarios el esfuerzo y la implicación en la tarea (J. A. Marina y M. de la Válgoma, La magia de leer, Plaza y Janés) hemos de recuperar el placer del tacto de la página impresa, aquel olor a libro de texto que tenemos grabado en nuestra memoria de colegial, la magia de nuestros sueños adolescentes de cambiar el mundo al leer aventuras y biografías, el deseo de la utopía cuando no sabes que es imposible.

José Antonio M. Moreno, profesor de Psicología y Pedagogía

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