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Hay otros mundos, y están en éste. Este es un reportaje-reflexión sobre ese agujero oscuro y calentito en el que nos hallamos, la burbuja vital que nos oculta el lado indeseable de nuestro mundo, un castillo de marfil inaccesible para la indigna escoria de los seres humanos. En un tiempo en el que nuestros mayores problemas son decidir si el día de Navidad comeremos pavo o langostinos y si regalaremos a nuestro hijo la Play o la X-BOX, millones de prójimos pierden sus miradas en cualquier rincón de su arrabal.

“No se ve bien, sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. Me confieso admiradora incondicional de aquel extraordinario personaje, producto de la fantasía del genial Saint- Exupéry. Cuando vislumbré el sentido de estas palabras, lo rescaté para mis adentros. La aventura de explorar es uno de mis alicientes favoritos. Me encanta hacer descubrimientos que me nutran, que me ayuden a comprender y desentrañar la naturaleza humana, a penetrar por los misteriosos laberintos de los vínculos, de la magia de sentirnos plenos cuando queremos y nos quieren… y entender también qué nos pasa cuando eso no sucede. Así, me adentro en los diversos paisajes internos y externos que me ayudan a ampliar mi mirada, sobre todo la del corazón.

En busca de verdades y de encuentros viajé de nuevo a Nicaragua. Nuestro destino: el hogar de niños que REACH tiene en este país. Un hogar destinado a dar una nueva vida a niños de la calle. Como ya sabéis, en los países pobres hay muchos niños que andan vagando, durmiendo y soñando en las calles de la ciudad. Antes de conocerlos, había visto algunos retazos de vida de estos niños de la calle en la televisión, en documentales.

La gran diferencia entre ver a los niños de la calle en la pequeña pantalla y hacerlo en vivo y en directo es que sus ojos te miran…Un relámpago frío y afilado me recorre el cuerpo cuando su mirada triste y profunda se clava en la mía. Un instante que deseas que pase lo más rápido posible, porque lo que sientes es demasiado intenso como para poder resistirlo. Su mirada en mi mirada me permite cuestionar el mundo tan loco en el que vivimos y sus valores, sobre todo la evitación de la mirada hacia los más desfavorecidos. En este encuentro de miradas se me hace necesario y vital ser generoso.

Los niños de la calle son ciudadanos sin derechos, sin familias que les protejan. No reciben comidas calientes ni caricias. Para sobrevivir y poder llevarse algo a la boca, cuidan coches, venden agua y comida en los semáforos, andan descalzos por las calles y huelen pegamento para olvidar por un momento su existencia. Hacen tratos con la esperanza para no morir de hambre ese día. Y por la noche son expuestos a todo tipo de peligros y de terrores. De esta manera, son expulsados del dominio del que son príncipes y princesas, expulsados del reino de la inocencia y la candidez. Sin lugar a dudas, uno de los exilios más violentos y traumáticos que existen.

En el viaje a la Trinidad, localidad en la que está situado el hogar de niños, tuve la oportunidad de encontrarme con muchas miradas de niños de la calle. Una de las cosas que más me impactó fue el tremendo contraste de las miradas de los niños del hogar, que han sido niños de la calle, con los que acababa de ver en mi trayecto. Mis ojos y mi corazón han sido testigos de la devolución a su principado de veinticuatro de estos niños exiliados de su infancia.

Cuando eres conocedor de las tristes y desgarradoras historias que habitan y señalan los pequeños cuerpos de cada niño que está en el hogar y los observas en su día a día (comer con sus ganas, cantar con su fuerza, jugar con su alegría, hablar con su sencillez, reír con su inocencia, abrazar con su corazón, hacer sus tareas cotidianas con responsabilidad), no puedes hacer otra cosa que admirarte de la maravilla. Admirar el supremo poder que ha hecho posible ver en sus ojos chicos el brillo de la alegría que la vida les negó al nacer. El milagro del amor vuelve a demostrarme el despliegue de su poder y su autoría. Porque se necesita de un poder superior para transformar vidas marcadas a fuego. Un poder superior trabajando a través de las manos generosas de las mamás REACH, las que se encargan de devolver a los niños su infancia, el mayor tesoro del que son dueños por derecho.

Las mamás van entretejiendo amor a tiempo completo, un amor sencillo, amor silencioso, que abraza paciente y escucha con atención sus heridas y esperanzas. Con abrazos fuertes y miradas comprensivas, las mamás van quitando fuerza a la hostilidad y la fiereza de las bestias que habitan en ellos y contemplan su conversión en príncipes y princesas de este reino, su infancia recuperada.

Y así, en medio de este mundo recién descubierto, los niños van dejándose seducir por este nuevo lenguaje. Aprenden a sonreír, a dejarse abrazar, a sentir alegría y ganas de vivir, a decir gracias, a imaginar futuros posibles. Aprenden también a orar, a tener a Dios como compañero y como guía y a decirlo sin vergüenza y con orgullo.

El tiempo se acaba y volvemos a casa, con mucha nostalgia de todo lo vivido y abrazado. Con el enorme deseo de participar en la devolución de la infancia arrebatada a mucho niños más. Con la ilusión de que otros corazones sean sensibles a realidades tan crudas. Habiendo comprobado en primera persona que con un poquito de aquí se hace mucho allá.

Todavía retengo en mi corazón la inmensa gratitud e ilusión que se reflejaba en sus rostros cuando les entregué los juguetes, la ropa y los lápices de colores que nuestros niños españoles les habían regalado. Es un intercambio de bondades precioso, la amplia generosidad de unos niños y la profunda gratitud de los otros.

Regresamos del hogar de niños sintiendo que hemos habitado en tierra de abundancia. Abundancia de lo absolutamente esencial: el amor y sus múltiples manifestaciones. Me han recordado que lo mejor para el alma es actuar bajo la tutela de verdad que Dios nos ha entregado en su ley de amor. Y así voy entendiendo la gran responsabilidad que tenemos para con aquellos que todavía no la han descubierto. Y así, en palabras de Borges, “voy devolviéndole a Dios unos centavos del caudal infinito que me pone en las manos”.

Belén Dieste y Emilio Fermoselle, voluntarios de Reach

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