Skip to main content

Aún recuerdo el rostro curtido por el sol del padre de Manuel, pero fueron sus expectativas e ilusiones por el futuro de su hijo lo que marcó aquella entrevista entre padre y profesor.

Pertenecía a una familia trabajadora, pero con una buena posición económica. No siempre habían gozado de esta situación, pero su máximo objetivo en la vida era ganar el dinero suficiente para que sus hijos tuvieran más bienestar económico y recibieran una mejor educación que la suya.

– Deseo que mi hijo desarrolle al máximo su capacidad intelectual, que tenga una buena carrera y que sea un hombre de éxito.

Hará unos veinticinco años, algunos vivimos experiencias que marcaron a los jóvenes de los setenta, fuimos de los alumnos que pasaron por las baterías de tests para que su coeficiente intelectual fuera valorado y de esta manera se orientara el futuro profesional de aquellos estudiantes.

Algunos de aquellos alumnos obtuvieron en los resultados un cociente intelectual bastante elevado; en consecuencia, se confiaron en sus posibilidades y muchos abandonaron los estudios, seguros de su gran inteligencia .

Se esperaba que los hombres y mujeres de éxito basaran en sus conocimientos académicos gran parte de su bienestar y felicidad. Desgraciadamente, los que tenían más inteligencia académica no han tenido más éxito en la vida o más felicidad.

La escuela tradicional consideraba que un niño era inteligente cuando dominaba las lenguas clásicas, el latín o el griego, las matemáticas, el álgebra o la geometría. No son solo los conocimientos o la acumulación de datos lo que hace de los alumnos hombres o mujeres exitosos y felices.
En el siglo XXI, esta visión ha entrado en crisis por dos razones:

1. La inteligencia académica no es suficiente para alcanzar el éxito profesional. Es necesaria la combinación de la capacidad, los conocimientos, las emociones y aprender a gobernar este último aspecto, es decir, cultivar las relaciones humanas, los mecanismos que motivan y mueven a las personas, interesarse más por las personas que por las cosas y entender que la mayor riqueza que poseemos es el capital humano.

2. La segunda razón es que no nos garantiza el éxito en nuestra vida cotidiana, ya que no facilita la felicidad con la pareja, los hijos o los amigos.
Tras este modelo aparece el cambio de la persona inteligente como ideal y surge el concepto tan conocido de inteligencia emocional, que es una alternativa a la visión clásica
En la actualidad, la especie humana es muy vulnerable a las enfermedades psiquiátricas . El 1% de la población sufre esquizofrenia, un 4% sufre depresión, y el 15-30% enfermedades emocionales. La Organización Mundial de la Salud ofrecía recientemente las estadísticas siguientes: el suicidio es la primera causa de muerte de jóvenes, uno de cada seis muchachos al llegar a los 20 años presenta síntomas de embriaguez crónica, el 5% de las mujeres a nivel mundial padece bulimia o anorexia por el hecho de no aceptarse como es.
Estos datos nos hablan de que nos encontramos con un gran número de personas que tiene grandes capacidades intelectuales y recursos pero cuyos problemas emocionales contaminan su desarrollo. Tras el estudio de esta problemática y la necesidad social de solucionar esta cuestión, surge el concepto de inteligencia emocional y su aplicación social y educativa.

Coleman es el autor más conocido de esta corriente, pero son John Mayer y Peter Salovey (1990) los que muestran mayor apoyo empírico.

Estos autores describen las cualidades emocionales y sociales que parecen tener más importancia para el éxito en la vida. Son las siguientes:

  • La empatía.
  • La expresión y comprensión de los sentimientos.
  • El control de nuestro genio.
  • La independencia.
  • La capacidad de adaptación.
  • La simpatía.
  • La capacidad de resolver los problemas de forma interpersonal.
  • La persistencia.
  • La cordialidad.
  • La amabilidad y el respeto.

Los especialistas manifestaban que los cambios sociales que afectan a los niños en la actualidad no se pueden evitar (aumento de divorcios, influencia televisiva y de los medios de comunicación, falta de respeto a las figuras de autoridad, tiempo reducido de dedicación de los padres a los hijos) y que por estas razones se debe proponer, en el ámbito educativo, el trabajo sobre los siguientes aspectos :

  • Entablar amistades y conservarlas.
  • Trabajar en grupo.
  • Soportar las burlas.
  • Respetar los derechos de los demás.
  • Motivarse cuando las cosas se ponen difíciles.
  • Tolerar las frustraciones y aprender de ellas.
  • Superar sentimientos negativos como la ira y el rencor.
  • Tener autoestima elevada.
  • Manejar las emociones.
  • Expresar los sentimientos de manera adecuada.

A pesar de las nuevas técnicas implantadas desde hace unos años en el sistema educativo, la crisis continúa. Los alumnos aprenden maneras de relacionarse y persiste la agresividad. Los jóvenes siguen buscando evasiones rápidas y fáciles.
Es el doctor Robert Coles, especialista en psiquiatría infantil y Premio Pulitzer, el que ha dado un paso más en la línea del trabajo educativo con los niños y su éxito en el futuro, al afirmar que la importancia de la inteligencia va mucho más allá de lo que se suele reflejar en el “coeficiente intelectual”. La inteligencia deberá servirnos ante todo para conocer el bien. Es, precisamente, la inteligencia moral la que viene a subsanar una de las deficiencias más criticadas de la inteligencia emocional: su déficit de contenidos y de horizonte ético, que constituye una carencia importante para una propuesta que se presenta con una pretensión de globalidad. Para educar integralmente, no basta saber cómo funciona el cerebro, ni cuál es la estructura y la dinámica de las emociones. Es preciso conocer dónde está el bien y tratar de ponerlo en práctica. Muchas veces -afirma el autor- se pretende poner remedios psiquiátricos a lo que son problemas morales.

Vivimos en una sociedad muy confundida a nivel moral. Lo que requiere el mundo es fortaleza moral. En estos tiempos inquietantes, los padres y educadores necesitan insistir más en este aspecto, sin olvidar la inteligencia emocional y la necesidad de desarrollar habilidades intelectuales.
Ya nadie considera la “inteligencia” así, a secas, o como sinónimo de coeficiente intelectual. El psicólogo Howard Gardner amplió este concepto con sus tipos de inteligencias –o inteligencias múltiples. Luego, Daniel Goleman, con su “inteligencia emocional”, señaló el necesario equilibrio entre el conocer y las emociones. Ahora se ha dado un nuevo paso: para educar integralmente no basta con saber cómo funciona el cerebro o la dinámica de las emociones; es preciso conocer dónde está el bien y ponerlo en práctica.
Al hablar de inteligencia moral, varios autores señalan que la inteligencia ha de servir para, ante todo, conocer el bien.

• Inteligencia moral, V. González, Univ. de Salamanca, Colección Aprender a ser, 2000.

Aunque el concepto de inteligencia moral aparece como algo nuevo, la filosofía y la ética se han preocupado de él a lo largo de la historia como la capacidad de realizar buenos razonamientos morales. El autor se pregunta, ¿qué es un buen razonamiento moral y por qué? Una moralidad inteligente y madura ¿requiere previamente en la persona una capacidad lógico intelectual? ¿Cuál es la relación entre lógica y moral? ¿Qué tiene que ver la emoción, el sentimiento, en este proceso?

• La inteligencia moral del niño, R. Coles, Ed. Kairós, Barcelona, 1997.

Este psiquiatra infantil señala la importancia de la dimensión moral en la vida y, por tanto, de formar el sentido moral en los niños. El autor explica cómo, debido a sus estudios de psiquiatría, durante años veía los problemas de sus pacientes, niños y adolescentes, con los lentes de la psicología, reduciéndolos a la dimensión emocional. Señala que fueron los niños los que le hicieron descubrir que su visión era reductiva e insuficiente y que sólo los entendía cuando se percataba del sentido moral de sus planteamientos y de su conducta. Muchas veces, sus problemas procedían de que les faltaba una guía moral. Al ser criaturas de “cognición, pasión y propósito”, intentamos ordenar nuestros conocimientos y deseos de modo que nuestra vida tenga sentido.
Los niños son modelados en el mismo inicio de su vida por los valores de determinados adultos. Existe una vida moral que precede al uso del lenguaje y que se basa en el trato que recibe el bebé. Aunque se trate de niños tan pequeños que aún no han desarrollado el habla ni la capacidad de razonar, eso no significa que no estén necesitando una formación moral. Esta formación se basa en que aprendan el “sí” y el “no”.
En la escuela Primaria, tal vez como nunca antes ni después, el niño se convierte en una criatura “intensamente moral”, totalmente interesada en comprender las razones de este mundo: cómo y por qué funcionan las cosas, pero también cómo debe comportarse en las diversas situaciones y por qué. Es la edad del despertar de la conciencia.
Tanto en la educación de la etapa del preescolar como en la escuela primaria, es cuando los padres y educadores deben sentar las bases de la educación moral. Estas bases se suelen conformar mediante el ejemplo de los adultos que les rodean, ya que los discursos morales abstractos se olvidan con facilidad.
En la adolescencia, los padres dejan de ser el único referente moral de los hijos y, si no conocen las razones de los actos positivos y negativos, pueden desorientarse. Por eso la edad de los 8 a los 12 años es clave para ayudar a que cada hijo asuma personalmente los criterios que los adultos le entregamos.
Esta etapa está marcada por las reglas del grupo. A los niños les gustan las reglas y normas, pues perciben su necesidad y las aplican con rigor en sus juegos. Para potenciar este aspecto, debemos ser adultos íntegros con las reglas de la casa o las normas cívicas, ya que el ejemplo es el gran formador de la conciencia. En ocasiones, nos encontramos con que los niños tienen unas normas y los padres otras. ¿Qué ven los niños cuando el padre o la madre estacionan en un lugar reservado para inválidos? ¿Qué ven los hijos cuando la madre habla mucho tiempo por teléfono pero los hijos no pueden?
Cuando en la casa la disciplina y exigencia van acompañadas del ejemplo y el cariño, los hijos asimilan personalmente los criterios familiares y las enseñanzas morales. Si, por el contrario, abundan las amenazas, se exige una obediencia a ciegas o se nota una incoherencia entre lo que se hace y lo que se exige, al llegar la adolescencia esas normas y reglas serán puestas en tela de juicio.
Los niños también regulan su conducta según lo que observan: al juzgar comportamientos de otras personas (principalmente de sus padres y profesores), se van formando una idea de lo que es bueno y lo que es malo. Los juicios de valor emitidos por los padres, sobre todo si son repetidos con frecuencia y confirmados con el ejemplo, se graban en la conciencia del niño. De aquí la fuerza moral del ejemplo de los adultos y, en especial, de quienes tienen autoridad sobre ellos.
Si se les ha ayudado a formar su conciencia -recta y segura- y han asumido como propios los criterios morales, es hora también de que desarrollen una mentalidad crítica. No se trata de cuestionar todo porque sí, pero tampoco de aceptar todo sin más. En esto ayuda mucho la conversación sobre sucesos del día: ¿tú que crees?, ¿qué opinas sobre eso?, ¿qué habrías hecho tú?
Finalmente, hay que saber que en la adolescencia surge en los hijos un sentimiento de vergüenza al saberse juzgados por los demás, o de miedo al ridículo o a la crítica de los amigos y compañeros. Es momento de enseñarles a superarlo, para que sean capaces de tomar decisiones libremente, es decir, sin que se vean afectadas por el qué dirán de los demás. Si no les ayudamos a no hacer caso del qué dirán, tendremos hijos inseguros, que dependerán de la aprobación total de sus padres antes de hacer cualquier cosa: desde comprarse un par de zapatillas, ir o no a determinadas actividades, o beber o no alcohol.
Si el hijo dice que todos lo hacen, y que la mayoría de los padres lo permite a sus hijos, aunque todos lo hagan, el acto no cambia de malo a bueno. El que todos copien, no deja de ser un engaño hacia el profesor, los demás y uno mismo. El que todos beban y se emborrachen, no dejará de ser algo que daña el cuerpo y pone en peligro a la persona en su totalidad. La mayoría dice… Los actos son objetivamente buenos o malos y no dependen de cuánta gente opine que está bien o mal. Soy libre: puedo hacer lo que quiera (mientras no dañe al otro).La libertad es para elegir el bien, que no siempre es lo más cómodo o fácil. Puedes elegir entre estudiar o no hacerlo, entre hacer rendir tus talentos o dar el mínimo de ti. Puedes elegir distintas alternativas, pero la libertad es elegir, de entre ellas, la que te lleve al bien y a la felicidad.
La moral se construye sobre el amor, y éste será el canal de influencia sobre nuestros hijos. Educar a los hijos es la tarea mas dura del mundo y, aún así, los hijos cometerán errores y nosotros también.
El concepto de educación moral no consiste en inculcar, ni adoctrinar y mucho menos imponer. Debemos desarrollar una moral autónoma con las siguientes características:

  • La autonomía moral.
  • La capacidad de diálogo.
  • El respeto a los demás.


Los resultados de la autonomía moral son :

  • Capacidad de tomar decisiones por nosotros mismos, sin dejarnos influenciar por el más fuerte
  • Capacidad de ser responsables de nuestros propios comportamientos, actitudes.
  • Capacidad individual para regir nuestra propia conducta.
  • La autonomía supone reconocer la capacidad que tiene toda persona para dirigir su propia vida de acuerdo con su conciencia, su manera de pensar, querer,…
  • La autonomía moral es el resultado de un largo proceso de desarrollo y construcción personal.

Es el autor catalán Josep M. I. Martín quien desarrolla con habilidad estos conceptos en su libro L’educació moral a l’escola. Teoria i pràctica. También Michelle Borba, en su libro Inteligencia moral aborda las diferentes etapas morales de la infancia y desarrolla una serie de virtudes de manera muy práctica y sencilla para trabajar con los niños y niñas.
El concepto de inteligencia que recoge la Biblia, es el concepto de sabiduría. Un concepto que equilibra el aspecto intelectual, emocional y moral y que, además, da sentido a nuestros orígenes y a nuestro futuro eterno
La formación de nuestro carácter se basa en el ideal, en nuestro origen. La perspectiva de pasado, presente y futuro que la educación bíblica presenta es fundamental en el desarrollo de nuestros hijos e hijas.
Dice E. White en el libro de La educación:
La verdadera educación no desconoce el valor del conocimiento científico o literario, pero considera el poder como superior a la información; la bondad al poder; el carácter al conocimiento intelectual. El mundo no necesita hombres de tanto intelecto como de carácter noble. Necesita hombres en quienes la capacidad sea dirigida por principios firmes […] Lo principal es la sabiduría, por tanto adquiere la sabiduría. La verdadera educación imparte esta sabiduría. Enseña el mejor empleo que se puede dar no solo a uno sino a todos nuestros conocimientos y facultades. De ese modo abarca todo el circulo de nuestra obligación hacia nosotros mismos, hacia el mundo, hacia Dios […] La edificación del carácter es la obra más importante que jamás haya sido confiada a los seres humanos y nunca antes ha sido su estudio diligente tan importante como ahora. Ninguna generación anterior fue llamada a hacer frente a problemas tan importantes.”
Es importantísimo que nos relacionemos en familia con Dios, buscando el equilibrio de nuestros caracteres con la ayuda divina y acercándonos al concepto de sabiduría en los difíciles tiempos en que vivimos .

Mª Ángeles Armenteros Cruz, maestra especialista en audición y lenguaje

Deja un comentario

Close Menu

About Salient

The Castle
Unit 345
2500 Castle Dr
Manhattan, NY

T: +216 (0)40 3629 4753
E: [email protected]

Familias Adventistas - Iglesia Adventista del Séptimo día en España