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cerebros

Pilar Zamorano Bonet, psicóloga

-¿Qué le pasa a mi hijo?

María planteaba esta pregunta a su amiga Verónica. Pretendía que ésta, terapeuta, le diera una explicación que pudiera consolar su ánimo. Se sentía desconcertada con su hijo adolescente y deseaba encontrar respuestas ante la actitud de éste.

-Mi hijo nunca me habla, no me cuenta nada acerca de sus amigos, de sus estudios, de sus planes. Me reprocha que lo único que me preocupa de él son sus estudios. Me ha prohibido la entrada a su habitación. No puedo creer que la relación con mi hijo sea tan silenciosa, escasa y superficial.

Verónica sonríe. Las palabras de María le son muy familiares. Muchos padres con hijos adolescentes han pasado por su gabinete con ese mismo problema: hijos silenciosos que entran y salen del hogar como si de un hotel se tratara.

-¿Por qué? -pregunta ahora María.

-Si te respondiera que es un problema cerebral, ¿tú me entenderías?¿Quedaría contestada tu pregunta? -repuso Verónica. Probablemente no.

-Vamos a ver cómo piensa y actúa tu hijo en esta etapa adolescente. Imagínate que el cerebro de tu hijo es como un ordenador. Si entramos en él, lo primero que vemos es que el trabajo en el cerebro no está terminado. Por tanto, no puede funcionar en su totalidad. Se están introduciendo programas que van a aumentar su capacidad, pero éste es un proceso lento. El cerebro se forma en fases discontinuas, desde la parte de atrás hacia la frente. Tras la frente, se encuentra la corteza pre-frontal y en ella se coordinarán todas las conexiones de un comportamiento racional y lógico. Es decir, no están todavía configuradas todas las funciones en el escritorio del ordenador, por lo tanto sólo se puede emplear lo que está disponible en ese momento. Te pongo un ejemplo: estás tan preocupada con tu hijo que tus gestos te delatan; pero tu hijo, en lugar de interpretarlos como una preocupación, los confunde con muestras de enfado, e incluso piensa en su interior que le tienes manía. Es incapaz de interpretar correctamente las emociones, porque su traductor emocional no está todavía completamente configurado para su uso. ¿Me sigues María?

-Sí, Verónica, pero ése no es el único problema. Hay más. Lleva una temporada en que le atraen mucho las actividades de riesgo. ¿Qué consigue con eso? No sé si quiere ponernos nerviosos o llamar la atención. El problema es que no podemos hablar del tema porque, si intentamos decirle algo al respecto, salta.

-Tranquila María. No es que le guste el riesgo; sencillamente, actúa por impulsos porque sus juicios para determinar el peligro, riesgo, etc. no están completamente desarrollados.

En la adolescencia, el cerebro madura para ser un “ordenador” eficaz; pero necesita actualizarse en su programación porque los programas que usó en la niñez no son los que necesitará ahora en la adolescencia. Ha de reciclarse, eliminar los que no usa e introducir los que, a partir de ahora, empleará en la adolescencia. El adolescente percibe que su cerebro está madurando, pero ello le provoca a la vez tensión porque lo hace más despacio de lo que él quisiera. Le gustan las actividades con recompensas inmediatas, actúa por impulso, no razona, no piensa antes de hacer algo.

Necesita que todos los programas se integren para su correcto funcionamiento: juicios, valores, razonamientos, toma de decisiones, etc. y ello provoca excitabilidad, agresividad, rebeldía. El cerebro necesita liberar esta tensión, pero el adolescente lo hace, a veces, a través de válvulas de escape equivocadas como el alcohol, las drogas, las situaciones de riesgo, etc.

Mira, María. Todo lo que en este breve periodo de tiempo te he explicado se está investigando hace más de una década en el National Institute of Health Clinical Center de Betesda, en Maryland (1). Lo interesante de este experimento, dirigido por el doctor Jay Giedd, es el empleo de imágenes de resonancia magnética para observar el cambio y crecimiento cerebral en los adolescentes.

Te preguntarás qué quiero decir con todo esto. Hasta ahora, la idea que se tenía era que la adolescencia era un período conflictivo, donde los cambios emocionales de los jóvenes eran producto de las hormonas y poco más. Hoy, a través de este experimento, se ha podido apreciar que la conducta del adolescente no sólo se debe a una cuestión hormonal, sino también a un desarrollo lento de la parte del cerebro que se encarga de la conducta madura.

Te voy a proponer, a continuación, algunas pautas que pueden ayudarte a mejorar la relación con tu hijo. Según el Instituto del Lenguaje y Desarrollo,

1. Espera que tu hijo esté dispuesto a entablar el diálogo en algún momento sin rechazarlo, oponerte, o criticarlo.

2. No olvides que el paso de niño a adolescente es difícil. Tu hijo ha pasado de escuchar “cállate” a que le implores “háblame”.

3. No hables de un problema cuando se acaba de producir. Deja pasar un tiempo hasta que el ánimo esté más equilibrado.

4. No intentes cambiar todas las conductas de tu hijo. Si tu hijo no quiere que entres en su habitación, no lo hagas. Él quiere proteger su intimidad. Selecciona lo que consideras realmente importante o lo que es especialmente negativo para él.

5. Para tu hijo, ni sus padres ni sus profesores son colegas o amigos. Por lo tanto, tienes que adaptar tu forma adulta de ver las cosas a la de tu hijo.

Según los científicos, el cerebro termina de desarrollarse a los 25 años. Por tanto, María, no pretendas que tu hijo adolescente se comporte como un adulto, aunque la sociedad considere que a los 18 años un joven es mayor de edad. Hay ciertos aspectos en la vida que no pueden ser controlados por nada ni por nadie, solamente la naturaleza dirige su desarrollo. Éste es uno de esos aspectos. Aquello que para ti, como madre, es un problema o un conflicto familiar, es para la naturaleza un proceso neuronal normal, que sigue su curso durante la adolescencia y, aunque traumático para el adolescente, tan sólo requiere de una buena dosis de paciencia y comprensión por tu parte para hacer que el día a día con tu hijo sea más fácil hasta que termine de madurar su cerebro.

(1) ” El Semanal:Nº 882 del 19 al 25 de septiembre de 2004 págs 26-34

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