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Antonio Martínez Carrión, director del Ministerio de la Familia de la Unión Española

A lo largo de la vida perdemos muchas cosas. En la infancia con mayor facilidad, como es lógico. Juguetes, algunas de sus piezas, bolígrafos, gomas, sacapuntas…van quedando como un rastro en nuestro camino infantil. Después, quizás serán las llaves, la cartera, un papel que debiéramos haber guardado mejor… Unas veces, las cosas que perdemos no tienen excesivo valor; otras, suponen una pérdida insustituible, tal vez por su coste material o, aún peor, porque tenían un valor sentimental importante para nosotros. En algunas ocasiones, las pérdidas se producen por situaciones accidentales y en otras hemos de reconocer que tal vez no las hemos cuidado como hubiera sido preciso.

Pero en esta ocasión quisiera que pensáramos por unos momentos en las cosas más valiosas que pueden ser perdidas. En lo que a mí respecta, como creyente, rápidamente pienso en la fe. Sin ella sé que mi vida quedaría, toda ella, trastocada. Mi vida personal, familiar y aun profesional, se vería claramente modificada y, sin duda, muy perjudicada. La fe es un bien que hay que encontrar y nunca perder; es norte y guía. Con razón el apóstol Pedro la califica como “más preciosa que el oro”.

Pero también podemos reflexionar sobre otras “cosas” enormemente valiosas. Y en este punto podemos pensar en nuestro cónyuge, en nuestros hijos, en nuestros padres… Sin duda, entre todo lo que pueda tener un valor en nuestra vida, destacan de forma muy especial esos seres queridos que constituyen nuestra familia y dan forma a nuestro hogar.

Y cuanto más importante es algo, más debemos cuidarlo, porque más grave sería perderlo. Por ello resulta esencial reflexionar y decidir: no debemos perder momentos compartidos, tiempos de oportunidad, expresiones de sentimientos, palabras de apoyo, “te quieros”, abrazos, experiencias que pudieron ser vividas; porque las personas también se pueden perder poco a poco por falta de esos detalles tan importantes.

Querido amigo y amiga, es mi deseo que cuando volvamos la vista atrás, recordando lo perdido entre tantas cosas como fueron extraviándose en el camino de la vida, no haya ninguna de las que son realmente valiosas, especialmente ninguna ligada a los miembros de nuestro hogar.

Permitidme concluir con una cita bíblica: “El oído que escucha las amonestaciones de la vida, entre los sabios morará”. (Prov. 15:31) A estas alturas, la vida ya nos ha enseñado algunas cosas. Este pequeño texto no pretende ser sino una llamada a recordar; porque en realidad lo que aquí está escrito tú ya lo sabes.

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