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Una Respuesta Cristiana al Debate sobre sus Efectos
Por: Daniel Reynaud

hijos-tvDetrás del crimen creciente, incluyendo tiroteos en la escuela y en el lugar de trabajo, a menudo se hace la pregunta: La violencia en la televisión, ¿promueve o motiva la violencia en la vida real?

Generalmente, la creencia popular hace responsable a la televisión como una de las causas principales y directas de la violencia y algunas investigaciones parecieran confirmar esta idea. Aunque hay todavía una confusión considerable entre los investigadores acerca de los efectos de los medios de comunicación, no se ha modificado mayormente el punto de vista popular sobre el tema. La crítica popular a la televisión presenta un cuadro de adicción que anestesia a los televidentes transformándolos en autómatas pasivos y zombis hipnotizados. A menudo se culpa a la televisión por el escaso rendimiento académico de los niños en la escuela, a pesar del hecho de que las tasas de alfabetísmo en el occidente nunca han sido más elevadas. El problema es que aunque el alfabetísmo ha aumentado, las exigencias con respecto a saber leer y escribir ha aumentado aún más rápido. La investigación también ha disipado el temor de que la televisión neutraliza la creatividad; los niños juegan tan creativamente con los relatos de la televisión como con los que leían en los libros.

Irónicamente, los críticos populares a menudo arguyen que la televisión no sólo ha transformado a los niños en zombis pasivos, sino que los ha llevado a ser hiperactivos, con un período de atención muy breve y con poderosas inclinaciones hacia la violencia. Pero nunca se explica cómo es posible que la televisión pueda hacer ambas cosas al mismo tiempo. Exactamente, ¿cómo es un zombi hiperactivo? Detrás de la creencia popular yace una suposición de que los individuos imitan actos específicos de violencia que ven en la televisión. De allí los reclamos periódicos a controlar más el contenido de la televisión, en particular el horario en que los niños la miran. Es típico pensar que siempre son los otros los que sufren lo pernicioso de la televisión, y nunca nosotros mismos.1 Pero es interesante notar que los niños tienen el mismo pensamiento paternalista y piensan que los programas no les hacen daño a ellos sino que son perjudiciales para los otros niños.

La investigación conductista

Se necesita una investigación sólida para aclarar perspectivas tan contradictorias. Pero la calidad de los estudios acerca de la televisión ha sido a menudo muy variada, y los resultados por lo general han estado de acuerdo con las opiniones de los investigadores anteriores a ellos. La mayoría de los aproximadamente 10.000 estudios realizados acerca de la violencia en la televisión ha sido realizada dentro del marco de la teoría conductista. Tal vez los experimentos mejor conocidos son los de Bandura y sus asociados, que demostraron que los niños que miran televisión sufren un efecto directo y medible sobre su conducta hacia unos grandes muñecos Tentempié (o dominguillos) de peluche. Los niños que habían visto una película violenta con estos muñecos se comportaron en forma mucho más agresiva que los que no habían visto la película.2

Sin embargo, aunque muchos experimentos conductistas mostraron una aparente conexión entre el mirar y la conducta, hay dudas considerables en cuanto a la validez de las conclusiones cuando se las generaliza. La investigación conductista tendía a ignorar el hecho de que mirar en una circunstancia controlada artificialmente afectaba la percepción de los televidentes y las expectativas acerca de sus reacciones. Uno de los investigadores oyó que un niño, en uno de los experimentos de Bandura, comentó: «Mira, mamá, allí está el muñeco a quien tenemos que pegarle».3

Tal reacción no sorprende. Un niño, en un ambiente que no le era familiar, llegó a la conclusión natural de que la película estaba sirviendo de modelo para su conducta hacia muñecos idénticos a los que se le estaban mostrando. La opinión actual es que la violencia mostrada hacia los Tentempié fue, por lo menos, tanto producto de las expectativas de los experimentadores que los niños percibían como el resultado de la violencia que estaban mirando. Además, suponer que un niño en esta situación transferiría esa conducta hacia las personas, es una falacia. Demandaría que el niño dejara de reconocer la diferencia entre una conducta aceptable hacia el muñeco y hacia personas reales. De hecho, los niños comprenden la modalidad de la televisión desde una edad razonablemente temprana y distinguen en formas más bien complejas entre lo que es real y lo que no es real. Los estudios acerca de la audiencia muestran que los televidentes no adoptan automáticamente los valores que ven en un programa; más bien, generalmente resisten los valores presentados en la televisión que contradicen abiertamente sus propios valores.4 Otros experimentos conductistas mostraron que las condiciones artificiales condujeron a resultados artificiales.5 En resumen, la investigación conductista con demasiada frecuencia, no ha tomado en cuenta las diversas formas en que la audiencia interpreta la televisión.

El problema de los investigadores y el público general es que es más probable que se llegue a una conclusión acerca de la violencia en la televisión si ésta apoya nuestras ideas preconcebidas. A fin de llegar a conclusiones inteligentes acerca de los efectos de mirar televisión debemos reconocer primero nuestros propios prejuicios y esperar que estos puedan ser modificados, sacudidos o contradichos.

Investigación múltiple

Las investigaciones que combinan las metodologías de diversas disciplinas están proporcionando las conclusiones más útiles acerca de los efectos de la violencia en la televisión. Lo que se está descubriendo es complejo, y sin embargo está más de acuerdo con el sentido común que las conclusiones previas. La lógica argumentaría que si las conclusiones de los conductistas fueran correctas acerca de los efectos inmediatos y mensurables de mirar una televisión violenta, entonces la mayor parte de las sociedades occidentales estaría llena de personas violentas. Aunque la violencia es uno de los grandes problemas de las sociedades occidentales, no alcanza un clímax después de los episodios de presentaciones violentas, ni la mayoría de los televidentes serían considerados violentos, en general.

De cualquier manera, las representaciones de violencia en la televisión no siguen los modelos reales de la vida diaria. Por ejemplo, con frecuencia se presenta a los policías con sus armas desenfundadas, mientras que una encuesta hecha a los oficiales de policía de los Estados Unidos reveló que, mientras cumplían con su deber, dispararon sus armas, como promedio, una vez cada 27 años.6 La mayoría de la violencia real es mucho menos espectacular y generalmente más personal que la que se muestra típicamente en la televisión.
Otra complicación es el problema que surge al tratar con la naturaleza y el grado de violencia. Aunque todos están de acuerdo en que el homicidio a sangre fría con un caño de hierro es violento, las mujeres probablemente estarían dispuestas a evaluar una confrontación verbal como violenta, mientras los hombres, más probablemente, limitarían su definición al uso de la fuerza física. En esencia, la violencia es un acto que se define socialmente, no puramente desde el punto de vista de la conducta.7 Por ejemplo, el hacerle un corte a un extraño con un instrumento podría ser considerado como violencia, a menos que la «víctima» fuera un paciente, y el «agresor» un cirujano con un escalpelo. Pero si el cirujano fuera un nazi haciendo experimentos en un campo de concentración, nuestro concepto podría cambiar otra vez. En cada caso la conducta fue la misma. Cambiar sólo el contexto social hizo la diferencia en la interpretación. Los deportes como el fútbol americano y el boxeo, en forma rutinaria, valoran una conducta violenta que sería inaceptable en la calle. Aun la violencia de un policía hacia un criminal es interpretada generalmente como menos violenta que la misma acción realizada por un criminal hacia un policía.

La naturaleza compleja de la violencia

La naturaleza compleja al definir la violencia se refleja en la forma en que las audiencias interpretan la violencia. Los niños interpretan la televisión de acuerdo con su propio sentido de justicia y orden sociales. Son capaces de leer la televisión como una serie de códigos, más bien que una representación literal de la realidad. Los estudios muestran que con frecuencia los niños son conscientes de la naturaleza representada en los espectáculos de la televisión y pueden señalar su naturaleza artificial. Pueden resistir y aún oponerse al mensaje de la televisión, porque reconocen la diferencia entre una representación y la realidad. Por ejemplo, los niños aborígenes en Australia se alinearon a veces con los indios «malos» en contra de los héroes en las películas del oeste, porque empatizan con la opresión social que sufren ellos.8
La forma en que se presenta la violencia afecta significativamente el grado de este impacto. Los niños interpretan ciertos códigos en la televisión como pura fantasía y los elementos violentos o de otra índole no son tomados literalmente. Esto es particularmente cierto en los dibujos animados, que contienen más actos de violencia por minuto que cualquier otra forma de televisión, pero también se aplica a los espectáculos con representaciones tales como la lucha, donde la causa y el efecto son obviamente exagerados. Los niños saben que la violencia es una representación exagerada de un conflicto, que en sí mismo es un elemento irremplazable de cualquier forma dramática, sea drama, espectáculos de preguntas y respuestas, o los deportes. Otros códigos son leídos en forma más literal. Un drama realista puede ejercer un fuerte impacto sobre los televidentes, especialmente en los más jóvenes, porque los códigos se parecen mucho a sus percepciones de la realidad. Aún entonces, cuando los niños crecen, son capaces de distinguir entre los actores que desempeñan sus papeles y los eventos que ellos describen. Tal vez las exhibiciones que tienen mayor impacto son la violencia documentada, como la que se ve en los noticiosos, los documentales, y los espectáculos realistas de la televisión, porque los niños saben que eso es real.9

La ideología social también afecta la interpretación de la violencia. Mientras las escenas violentas son comunes en la televisión, la violencia generalmente no es condonada en la sociedad y generalmente es canalizada hacia formas altamente reglamentadas como en ciertos deportes. Esta estructura ideológica influye sobe la forma en que los niños comprenden la violencia que ven en la televisión y los hace menos susceptibles a ella que, digamos, los estereotipos racistas o sexistas, que a menudo son apoyados por las estructuras sociales e ideológicas en que viven los niños. La familia, la escuela, la iglesia, y en general, las circunstancias en que vive un niño tendrán un papel importante en la determinación de los efectos de la televisión sobre ese niño.10

Debemos reconocer que la televisión no es la causa de la violencia social en los niños o en ninguna otra persona. En realidad, la vida es mucho más compleja que eso. Las sociedades violentas existieron antes de la televisión, y muchas de ellas fueron más violentas que la sociedad occidental actual. La conducta violenta es el producto de condiciones personales, sociales y económicas, y no será resuelta sencillamente prohibiendo el televisor. Por muchos años el Japón ha tenido niveles significativamente menores de violencia que los Estados Unidos. Pero la televisión japonesa es considerada generalmente como más violenta. La diferencia deberá ser explorada en las culturas de cada nación más bien que mediante un análisis de los medios masivos violentos.

También debemos preguntarnos hasta qué punto las sociedades urbanas despersonalizan a los individuos. Un estilo de vida urbano tiende a forzar a las personas a ignorar a los que los rodean en el ómnibus, el tren, la calle y el ascensor, aun cuando se estén tocando. ¿Qué influencia es mayor: la de los códigos de los dramas ficticios de la televisión o el impacto diario de la vida real que produce el no prestar atención a los demás?
Esto no significa que la violencia no tiene ningún efecto, o que no importa qué se muestra en la televisión, o que los niños pueden mirar cualquier cosa. Una exposición prolongada a otras formas de violencia en los medios, incluyendo las películas y los videojuegos, puede también tener un efecto perjudicial. El sentido común nos dice que no podemos mirar tanta televisión sin que produzca algún efecto, porque, como 2 Corintios 3:18 nos recuerda, por la contemplación somos transformados.

La televisión: una fuerza formadora

La televisión actúa como una poderosa fuerza formadora por derecho propio y afecta a los niños. En particular, la televisión puede tener efectos poderosos sobre los niños menores de siete años. En los primeros años, los niños reaccionan a las imágenes de la televisión exactamente como lo hacen con las personas reales y no comprenden que una cosa es la imagen y otra es la realidad. Los niños muy pequeños necesitan ser protegidos de representaciones de violencia. A los niños pequeños les resulta difícil comprender cómo los padres pueden aclamar un «tacle» en el fútbol americano y al mismo tiempo castigarlos por hacer lo mismo con sus hermanos. Desafortunadamente, aun muchos programas para niños tienen niveles de conflicto demasiado intensos para los niños pequeños, quienes pueden ser afectados por un acto de violencia tan suave como una discusión. Para los niños preescolares, se recomienda la programación más benigna.

Los niños también desarrollan la discriminación a tasas diferentes, y los padres necesitan observar a sus hijos en forma individual, evaluando sus etapas de desarrollo. La mayoría de los padres son demasiado optimistas con respecto a la capacidad de sus niños de manejarse con la violencia, a menudo por razones egoístas ocultas. Evitar que el niño vea algo violento podría forzar a los adultos a no mirar televisión.

Puede ser difícil aceptar que tal vez la violencia en la televisión no es tan devastadora como la evaluación popular nos quiere hacer creer. Surge la pregunta: Si la televisión no tiene tanta influencia, ¿cómo es que se gastan miles de millones de dólares por año para apropiarse de sus poderes de persuasión? La respuesta se encuentra otra vez en el proceso de mirar la televisión. Es más efectiva cuando le dice a la gente lo que ésta ya cree, y la publicidad refuerza la conducta socialmente aceptable, y en realidad, la que es socialmente recompensada. Sin embargo, la violencia en la televisión tiene un impacto reducido sobre la conducta de las personas. Porque cuando vivimos en una sociedad que en general no condena la violencia, aprendemos que la violencia en la pantalla es un código mediante el cual se cuentan historias, pero no un código con el cual uno se conduce en la vida real. La excepción sería, por supuesto, los niños que crecen en un hogar violento. Ellos aprenden que la violencia es una manera efectiva para que el más fuerte consiga lo que quiere. En tales casos, la televisión confirma sus creencias. Pero debemos reconocer que su conducta violenta fue aprendida en el hogar y su ambiente social y meramente reforzada por la pantalla. A menudo son estas personas las que proporcionan la evidencia popularizada en los medios de que la televisión provoca la violencia. Algunos hasta testifican que fue una película o un programa específico los que los condujeron a crímenes determinados. Tenemos que examinar cuidadosamente tales afirmaciones en busca de otros factores que hayan producido la violencia. Porque mientras la televisión puede contribuir a la conducta de las personas violentas, argumentar que es la causa de ella, es dejar de comprender la influencia de la experiencia de la vida real en la formación de las actitudes hacia la violencia. También debemos recordar el concepto cristiano de la elección, ya que aun Adán y Eva en un ambiente perfecto hicieron una mala decisión. Es tan fácil echarle la culpa a la televisión por elecciones que, en última instancia, son responsabilidad nuestra.

El hecho de que los mismos medios promueven un concepto de que ellos son la causa de los crímenes parece ser un argumento poderoso que apoya el impacto de la violencia en la televisión, pero en realidad los medios tienen interés en promover este concepto. Irónicamente, al echarse la culpa a sí mismos, los medios protegen sus ganancias. Los medios nunca llegarían a nada si contradijeran las creencias populares. Además, si los medios señalaran las causas reales de la violencia, eso distraería a las personas de la publicidad que las anima a gastar más en favor de ellas. La forma más efectiva de reducir el crimen no es mediante sentencias más drásticas, más policías, y la eliminación de los programas violentos, sino mediante la promoción de relaciones efectivas entre las personas. Si más personas estuvieran comprometidas con la acción social cristiana, ayudando a los desempleados a encontrar un trabajo significativo, creando actividades valiosas para los grupos más desposeídos, gastando sus propios excedentes en aquellos menos privilegiados que en ellos mismos, en el contexto de compartir el amor de Cristo, el crimen disminuiría significativamente. Pero esta conducta interferiría con la meta de la televisión de que gastemos más dinero en nosotros mismos.

La solución para la violencia

Los cristianos reconocen específicamente que la violencia es un producto de nuestra naturaleza pecaminosa, y no puede ser curada sencillamente proscribiendo influencias externas tales como las películas. Aun la acción social sólo podría reducir el crimen, pero no erradicarlo. Pero la solución real del crimen, que es el cambio del corazón que produce el evangelio de Jesús, es impopular. Es más fácil echar la culpa a los medios de comunicación que aceptar la responsabilidad personal. Desde el punto de vista cristiano, tal vez la violencia en la televisión es el menor de los males de ella, sencillamente por la razón de que la mayoría comprende que es una conducta socialmente inaceptable. Corremos un riesgo mayor cuando estamos de acuerdo con los medios, porque la televisión tiene más poder al coincidir con nuestros valores, y entonces, con frecuencia, no somos conscientes de su influencia. La relativa ausencia de protestas de parte de los cristianos acerca del materialismo, del culto a la belleza y del racismo y sexismo de los medios sugiere que tal vez estos valores forman parte de nuestras actitudes y la televisión sólo las refuerza. La religión de Jesús estaba profundamente opuesta a la discriminación sobre la base del sexo, la raza, la edad, la apariencia o la riqueza, y se debería mantener esta oposición. Hasta cierto punto, el debate sobre la violencia es una pantalla de humo que esconde el verdadero daño que causa la televisión al confirmar nuestros prejuicios, al mismo tiempo que nos hace sentir bien porque condenamos un mal menor.

Daniel Reynaud (Ph.D., University of Newcastle) enseña medios de comunicación e inglés en el Colegio de Avondale, y ha publicado artículos sobre diversos medios y es el autor de Reading With New Eyes: Exploring Scripture Through Literary Genre. Este artículo fue adaptado de su libro reciente: Media Values. Su dirección es: P.O. Box 19, Cooranbong, 2265, N. S. W., Australia. Email: [email protected]

Notas y Referencias:
1. Jane Root: Open the Box (London: Comedia, 1986), p. 12; Mike Clarke, Teaching Popular Television (London: Heinemann, 1987), p. 175.
2. Bob Hodge y David Tripp: Children and Television (Cambridge, England: Polity Press, 1986), pp. 193, 204, 205.
3. Ibid., p. 207.
4. John Fiske: Television Culture (London: Methuen, 1987), p. 71; Hodge y Tripp, p., 140. Ver también el capítulo “Audiences Studies”, en mi Media Values (Cooranbong, NSW, Australia: Avondale Academic Press), pp. 75 ff.
5. John Tulloch y Graeme Turner (edit.): Australian Television (Sydney, Australia: Allen & Unwin, 1989), p. 169.
6. Colin Stewart: The Media: Ways and Meaning (Milton, Qld.: Jacaranda, 1990), p. 132.
7. Hodge y Tripp, p. 20.
8. Tulloch y Turner, p. 170; Hodge y Tripp, pp. 213-218.
9. Fiske, p. 288.
10. Tulloch y Turner, p. 169.

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