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Irene Sánchez, Orientadora y Mediadora familiar

Según Garrido, “la familia es un grupo que tiene una estructura básica (padre-madre-hijo) habitando en un espacio durante diversos ciclos vitales que tiene como fin cumplir con funciones sexuales-reproductoras, económicas, socioeducativas y afectivas y que funciona como un sistema con sus propias reglas internas y abierta tanto a la familia extensa (abuelos, tíos, primos…) como a la comunidad”.

La familia es un sistema con unas reglas internas que suelen diferenciar a unas de otras. Así mismo es un sistema dinámico, puesto que va cambiando a medida que se van atravesando los diversos ciclos vitales. No es lo mismo cuando los hijos son pequeños que cuando son adolescentes; el sistema cambia cuando se van haciendo mayores los padres, o cuando los abuelos ancianos pasan a formar parte del mismo núcleo de convivencia. En la familia se dan una serie de interacciones de manera que lo que suceda a uno de sus miembros influye en el resto del sistema. La familia es un sistema especial con una historia, un pasado y una proyección de futuro. Este sistema no comienza cuando llegan los hijos, ni siquiera cuando una pareja comienza su proyecto de vida en común, pues cada miembro de la pareja tiene una historia que lleva como herencia al nuevo sistema.

Uno de los cambios producidos en el seno de la misma es el de los roles. Tradicionalmente, cada uno de los miembros de la familia tenía asignado un papel, papel que no era intercambiable y que se transfería de generación en generación. Esto se daba con tal rigidez que cualquier cambio era censurado socialmente y llevaba aparejado un desequilibrio familiar. Actualmente esta rigidez en la asignación de roles ha pasado al otro extremo teniendo como consecuencia en muchos casos una lucha de poder entre los padres y entre padres e hijos y una desorientación respecto a los roles y los límites internos del sistema, hechos éstos que no han dejado de afectar a las relaciones familiares y a la educación de los hijos.

Por otra parte, no sólo hemos pasado de la familia concebida como un clan a la familia nuclear (padres e hijos) sino que con frecuencia nos encontramos con familias monoparentales ya sea fruto de una separación, fallecimiento u otros motivos con una importante sobrecarga y frecuentes carencias.

La familia posee la capacidad de generar relaciones basadas en el afecto y la expresión libre de sentimientos, de determinar la posterior orientación social de sus miembros, convirtiéndose en la mejor red de protección social.

La familia ha de ser el núcleo donde se cubran junto con las necesidades más básicas de alimentación, vestido, etc., las necesidades psicológicas y emocionales necesarias para que la persona crezca en un clima de seguridad y confianza. Ha de ser el refugio donde la persona se conduzca sin la máscara social, tal como es, sabiendo que será aceptada con sus virtudes y sus defectos, con sus aciertos y sus equivocaciones, aceptada, valorada y querida por lo que es y no por su desempeño. Esto, que parece obvio y que está en la base del desarrollo armónico de la persona, es necesario tenerlo claro ahora más que nunca. Ello es así debido a que vivimos tiempos en los que desde niños nos vemos sometidos a la presión del individualismo, de la competitividad, donde se valora a la persona por lo que hace, por lo que tiene…

Las familias se ven sometidas a esta misma presión siendo interiorizados con frecuencia los patrones anteriores, con lo cual deja de ser esa burbuja que todo ser humano necesita, dejando de cubrir las necesidades psicológicas y emocionales. Cuando esto se produce las relaciones familiares se vuelven tensas, a veces se intentan compensar las carencias con elementos externos como pueden ser amistades, tóxicos o actividades peligrosas, hecho que dificulta aún más las relaciones, entrando en una dinámica que conlleva mayor sufrimiento y en ocasiones patologías psicológicas, problemas legales, adicciones…

Sin embargo, así como la familia puede tener un importante potencial desestructurador, también tiene una fuerte capacidad reparadora en la medida en que sus miembros se hacen conscientes de sus problemas, se retorna al reconocimiento y apoyo mutuo y se está dispuesto a buscar soluciones.

Como hemos comentado anteriormente, en la creación de un nuevo sistema familiar, ejerce una importante influencia la familia de origen de cada miembro de la pareja, aportando de forma consciente e inconsciente un modelo de funcionamiento de cada una de las familias representadas que cada uno de los miembros intenta plasmar en la nueva familia, hecho éste que provoca múltiples roces y desacuerdos, sobre todo cuando llegan los hijos.

En teoría, la pareja debería escoger lo positivo de cada modelo y desechar lo negativo, pero en la práctica esto no es tan fácil pues muchos de estos aspectos son inconscientes, es decir, de difícil acceso.

La familia pasa por diferentes crisis evolutivas debidas a los cambios tanto emocionales como relacionales habidos a lo largo de las diferentes etapas. Las etapas del ciclo vital más destacadas son las siguientes:

1. El encuentro de la pareja

Hace poco más de un siglo, la unión de los miembros de la pareja era pactada por los familiares de ambos; en este momento son los propios interesados quienes toman esta decisión tras una etapa de enamoramiento a la cual se llega a través de un sentimiento de atracción, una convivencia y en base a unas características similares y otras complementarias.

2. El comienzo de la familia.

Surge cuando la pareja comienza a plantearse un proyecto de vida en común basado en unas ilusiones y expectativas compartidas. Aunque en este momento sólo son dos adultos, es una etapa muy importante pues es el momento en que se establecen los pilares del núcleo familiar. Dependiendo del asentamiento de la relación de pareja y de su maduración la familia tendrá más o menos estabilidad ante las inevitables crisis futuras. Para lograr esta estabilidad han de cumplirse una serie de objetivos:

• El ajuste de la pareja

Esto no significa que un miembro se equipare al otro, sino la acomodación de ambos sin perder la propia identidad. Cada miembro de la pareja aporta unas características propias de carácter y personalidad así como las creencias y saber hacer de su familia de origen. Es normal que en un primer momento ambos miembros intenten imponer su visión de la familia, pero ha de encontrarse la forma de adaptar este engranaje y tomando aspectos de un modelo y otro, crear unas nuevas directrices para esta nueva familia.

• Creación de objetivos en común

Es necesario que a partir de los objetivos individuales se lleguen a los objetivos en común. En esta etapa se puede llegar a buscar objetivos irracionales basados en creencias equívocas que se han de evitar:

– Búsqueda de perfección en la relación e intento de cambiar al cónyuge o a uno mismo para adaptarse a las expectativas del otro.
– Miedo al caos.
– Imperativos despóticos de “amor” y aprobación.

3. Deseo de tener hijos

La creación de una familia implica una renuncia a un vínculo amoroso y pasional exclusivo para dejar un espacio psicológico al hijo. Los aspectos psicológicos y emocionales de la relación de pareja han de evolucionar cuando la misma se plantea tener un hijo. Si no se es consciente de esto, si no se llega a ese punto de renuncia, el hijo será vivido como castrante respecto a uno mismo y a la relación de pareja, en lugar de como sujeto enriquecedor de las dos facetas. Por ello los hijos no deberían llegar antes de que la pareja haya madurado y se sienta la necesidad de buscar nuevas metas mediante la crianza y el cuidado de los hijos. Dependiendo de esto, el hijo puede ser vivido como aliado, rival o intruso.

4. La llegada de los hijos

Esta es otra etapa crítica debido a que la pareja debe volver a hacer otro esfuerzo de adaptación a las nuevas circunstancias; se tendrán que enfrentar a los nuevos roles de padre y madre, y tendrán que ponerse de acuerdo en cuanto a la educación, autoridad y grado de autonomía individual y de pareja. Así mismo tendrán que sustituir sus propios objetivos ante las responsabilidades que implica la llegada de los hijos.

Otra dificultad a la que se enfrenta la familia en esta nueva etapa es la intromisión de la familia de origen en el cuidado y educación de los hijos. Siempre puede resultar útil la ayuda y apoyo de familiares, pero en este aspecto como en otros, los límites son imprescindibles.

5. Familia con hijos en edad pre-escolar

En esta etapa se dan dos puntos de vista: el de los padres y el del niño. Por una parte, los padres experimentan un cierto alivio al verse descargados por unas horas del agotador cuidado del menor. Por otra parte, nace una ansiedad desproporcionada cuando el primer hijo, sobre todo, alcanza esta edad al adquirir conciencia los padres de lo determinante de la etapa y la repercusión posterior de los cuidados, atención y educación que le proporcionen al pequeño. Así mismo, el niño se siente abandonado tanto física como emocionalmente al tenerse que separar de sus padres por tantas horas y al dejar de ser el centro de atención, y verse abocado a relacionarse con otros iguales, así como con otros adultos que no pertenecen al círculo familiar.

6. Familia con hijos en edad escolar

En la escuela primaria, el niño amplía el contacto con sus iguales y profundiza en los distintos roles que debe representar, “rol de hijos”, “rol de compañero”, “rol de alumno”. En esta etapa las amistades se hacen más intensas, las cuales le van a producir sentimientos ambivalentes. Los padres deben permitir que el niño haga sus propias elecciones y respetarlo en sus interacciones con los mismos.

7. Familia con hijos adolescentes

Esta es una etapa crítica para toda la familia, pues los padres no comprenden las actitudes de sus hijos y para los propios adolescentes, pues es la etapa evolutiva que conlleva más contradicciones y cambios. En esta etapa el adolescente está sujeto a rápidos cambios físicos que lo hacen sentirse extraño; se produce una verdadera revolución hormonal y encuentran dificultad en controlar sus impulsos, se produce el descubrimiento del sexo opuesto. Esta es una etapa de transición entre la infancia y la edad adulta, hecho que les cuesta entender a los padres que frecuentemente manifiestan: a veces quiere ser mayor y otras se comporta como un niño. En estos momentos en los que el adolescente necesita mucho tiempo para sí mismo, algo imprescindible para su desarrollo, momentos llenos de abstracción e interiorización, la sociedad los presiona con múltiples exigencias para que crezcan más rápido, exigencias que contribuyen a acrecentar las presiones típicas de la edad.

La adolescencia es un momento de desasimiento de los padres, hecho éste que deben fomentar los mismos para que sus hijos se puedan desarrollar como seres independientes y maduros, pero al mismo tiempo aún no tienen recursos propios para ser autónomos y necesitan la dirección y los límites que les imponen los adultos. Todas estas circunstancias confunden a los padres que las vivencian como actos de rebeldía y rarezas, siendo motivo de continuos conflictos.

8. Nido vacío

Esta es una etapa que con frecuencia es vivida por los padres con sufrimiento. Ha culminado la crianza de los hijos y éstos se han independizado dejando vacíos que en ocasiones resulta difícil llenar. Por otra parte, se acercan cambios para los que aún no están preparados, como la jubilación o la vejez. Así mismo, puede ser un momento de enriquecimiento para la pareja o un momento en que se vengan abajo sus pilares si éstos estaban construidos sobre el rol de padres. Son momentos de fortalecer la relación de pareja, de buscar nuevos objetivos y vivencias.

9. La jubilación.

Cada etapa de la vida no es independiente sino que está relacionada con las etapas anteriores y la forma de relacionarse la pareja con el contexto social. La pérdida del contexto laboral viene a acrecentar los vacíos de la etapa anterior. La pareja se encuentra con mucho tiempo libre, con menos objetivos y un contexto relacional disminuido debido a que en el trabajo se daban una importante parte de las relaciones sociales. En esta etapa se puede producir un sentimiento de aislamiento al no relacionarse diariamente con compañeros de trabajo y tener menos contacto con los hijos. Todo ésto dependerá de la red familiar y social que apoye a la pareja y de la capacidad de la persona para seguir teniendo objetivos y manteniéndose activa.

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